Esto muestra algunos caracteres importantes de la idea de la metafísica que estoy trazando, probablemente con excesiva concisión. Ante todo, lo que quiere decir en ella el término "vida". Se ha hablado mucho de ella -con este nombre o el de existencia, o bien con el heideggeriano Dasein o "existir"-, especialmente desde Dilthey; pero no se trata exactamente de lo mismo, ni aun con gran distancia -y esto hace que algunas críticas justificadas que se hacen a estas formas de pensamiento resulten totalmente inoperantes a una actitud intelectual que va más allá de esas objeciones e incluye previamente lo que tienen de certero-. Vida humana, en su forma concreta mi vida, no quiere decir el hombre, ni menos aún la "subjetividad". Es realidad radical, el área en que toda realidad en cuanto tal se constituye, en que adviene a algo ese carácter que llamamos realidad. Es -decía antes- la organización real de la realidad, frente a cualquier modo abstracto de referirse a ella y ordenarla. Y esa organización no es meramente "localización", no se agota en el simple "estar en", sino que el modo efectivo de estar es estar viviendo. Vivir, y no ser o estar, es el sentido radical de la realidad, el fundamento de todo ser y todo estar, de todo descubrimiento de "cosas" -entre ellas el hombre-, de mí mismo como un "yo".

Utilizando en un contexto en el cual él no la ha empleado una terminología de Ortega, podríamos decir que, si bien mi vida no implica toda realidad, sí la complica. Es decir, no toda realidad es ingrediente o componente de mi vida, no forma parte de ella, no es momento, nota o porción de ella, pero se encuentra esencialmente ligada a mi vida en la medida en que puedo referirme a ella como realidad. Decir de algo que es realidad significa, sépase o no, referirlo a mi vida, y esto es lo que significa "radicarlo" en ella.

Si Ortega, hace cuarenta años, se hubiese limitado a investigar la vida, no habría hecho sino marchar por el camino que siguen, antes, al mismo tiempo y después que él, muchos filósofos. Sin embargo, hizo -y esto desde su primer libro- algo más; a primera vista, muy poco; de hecho, lanzar la metafísica por un camino distinto; tan distinto, que -por debajo de indudables coincidencias, nacidas sobre todo de la coetaneidad, es decir, del nivel de los problemas comunes- lleva a muy otros destinos, como se irá viendo cada vez con mayor claridad. Lo que hizo Ortega fue unir las palabras "vida" y "razón", referir la una a la otra, mostrar que, lejos de ser opuestas e inconciliables, son inseparables. En lugar de una "filosofía de la vida" o cualquier forma de "existencialismo", inició otra cosa bien distinta: una "metafísica según la razón vital".

Y esto es lo decisivo: la razón vital. De otro modo, la filosofía se queda en fenomenología, en descripciones fenomenológicas -indispensables, con frecuencia espléndidas- que no llegan a la aprehensión de la realidad en su conexión, que no dan razón de ella, que prometen y nunca cumplen la realización de una metafísica. O en otro supuesto, se da un brinco a la razón abstracta y se hace teoría de una realidad de la cual se ha amputado justamente su concreción, su constitución efectiva en mi vida, su organización intrínseca como tal realidad.

Porque sólo si se hace que la vida misma funcione como ratio, que se vuelva hacia la realidad tal como la encuentro, en el viviente encontrarme en ella y encontrarla conmigo, sólo así se rebasa la esfera de las "vivencias", actos o contenidos de la vida, por una parte; sólo así se trasciende de las interpretaciones, y sobre todo de esa interpretación decisiva que es el ser, por otra parte, para captar y entender -com-prender- la vida misma como realidad radical. Lo cual, por supuesto, no es posible más que con una doble condición: ir más allá de la fenomenología, de toda "descripción" y de la conciencia -que, lejos de ser la verdadera realidad, ni siquiera es realidad, sino una teoría o interpretación-, al sistema real de la vida efectiva; y en segundo término, ir de la lógica abstracta, de la lógica de la identidad, fundada en la idea del ser, a una lógica del pensamiento concreto, órgano del trato pensante con la realidad, con una teoría de las formas de situación, una morfología del pensamiento en su concreción efectiva, y no sólo un catálogo de las formas esquemáticas del pensamiento abstracto, una teoría de las formas de conexión y, por tanto, de las posibilidades -mucho más ricas de lo que se sospecha, mucho más variadas- de fundamentación.

Todo esto tiene una consecuencia final. He insistido varias veces en que la teoría de la vida humana, así entendida, no es una propedéutica de la metafísica, no es su preparación, sino que es la metafísica. Como la filosofía tiene estructura sistemática y por tanto circular, no será inoportuno renovar y reforzar la evidencia que esta tesis debió tener páginas antes con la que vierte sobre ella la visión desde otro círculo concéntrico. La teoría de la vida humana, en efecto, estudia la estructura del vivir, más inmediatamente de mi vivir, y por necesidad intrínseca, pero secundaria, de la vida humana "en general". Empieza, pues, en cierto sentido, conmigo; habla de cosas que me pasan, del yo, la circunstancia, el hacer, la inseguridad y la certeza, el naufragio, el tiempo y la historia, la autenticidad, los temples vitales, el ensimismamiento o la alteración, las creencias y las ideas, tal vez de la angustia y hasta, si se quiere, de la náusea y el asco, o acaso también de la felicidad. Pero si la teoría de la vida humana se toma en serio a sí misma, es decir, si se compromete a ser teoría -no mera descripción-, esto es, a dar razón de su tema, y si éste es la vida humana en su mismidad, no simples vivencias o contenidos parciales suyos, entonces se ve obligada a afrontar el problema decisivo de su estructura, de la dinámica polaridad entre un yo o quién y una circunstancia que con ese yo abstracto constituye el yo real y concreto que soy yo como efectiva realidad viviente. Y con ello tiene que hacerse cuestión de los diversos planos de la perspectiva, de la articulación efectiva de ellos al vivir, de la corporeidad que me constituye, del mundo en que estoy viviendo, del horizonte de ese mundo y de la orla de ultimidades que da unidad y figura a mi vida. Y con esto llegamos al punto decisivo: la teoría de 3a vida encuentra ese carácter suyo de complicación de toda realidad; y el dar razón de la vida requiere por tanto dar razón de esa dimensión suya en virtud de la cual "complica" todo lo que aparece como realidad. La investigación de esa estructura esencial del vivir que es la complicación exige, pues, el hacerse cuestión de toda realidad. Pero entiéndase bien: de toda realidad en cuanto complicada en mi vida. El estudio de las diversas realidades corresponde a las ciencias que de ellas tratan; su consideración en tanto en cuanto aparecen complicadas en mi vida pertenece a la teoría de ésta, es decir, a la metafísica. Algo de esto entrevió la fenomenología al decir que los objetos intencionales reaparecen salvados en la conciencia reducida, como términos de las vivencias o actos intencionales de la conciencia pura; pero la diferencia entre esta posición y la nuestra es esencial: aquí no se trata de intencionalidad ni de conciencia, sino de la vida efectiva y las relaciones de real complicación con otras realidades. Es decir, por ser la teoría de la vida humana ciencia de la realidad radical, es también ciencia de la radicación; y, por tanto, de las realidades radicadas, si bien sólo en tanto que radicadas. Lo cual significa que la metafísica -y con ello se cierra un ciclo abierto en Kant- se ve inexorablemente remitida a la trascendencia, no por ninguna decisión o conveniencia caprichosa, sino porque la trascendencia es la condición misma de la vida.