La bruja repite sombríamente:
—¡Perecerá! ¡Perecerá!
Y al decir esto, lanza por tres veces un ronco grito, tres veces golpea el suelo y, volviendo a convertirse en una serpiente negra, desaparece volando.
*
Vestido con su manto de brocado y oro, el hechicero, animado por las palabras de la bruja, ha decidido depositar a los pies de su joven prisionera sus bigotes, en prueba de sumisión y de amor. El barbudo enano se dirige ricamente ataviado a los aposentos de la princesa pasando por una larga hilera de estancias. Pero no encuentra allí a la muchacha. Se dirige al jardín, y de allí al bosquecillo de laureles, bordea el lago, mira junto a la cascada, bajo el puente, en los pabellones... La princesa ha desaparecido sin dejar huellas.
¿Quién podría expresar su sorpresa, su indignación y su ira encendida? Perdiendo la cabeza, lanza el enano un alarido salvaje:
—¡A mí, a mí! ¡Acudid, siervos! ¡Encontradme inmediatamente a Liudmila! ¡Obedecedme en el acto! ¡De lo contrario voy a ahorcaros a todos con mis propias barbas!
Voy a decirte ahora, lector, dónde se encontraba la linda muchacha.
Durante toda la noche, unas veces llorando y otras riendo, no había podido menos de asombrarse ante lo extraño de su suerte. La barba del hechicero la había asustado. Pero ya conocía a Chernomor, que le había parecido ridículo; y todos sabemos muy bien que lo ridículo está reñido con lo espantoso. Sólo para ir al encuentro de los rayos matinales se levantó Liudmila de la cama, y entonces se fijó involuntariamente en los grandes y límpidos espejos que en la habitación había. Instintivamente empezó a arreglarse con negligencia sus dorados cabellos, que le caían sobre los hombros en largas trenzas, y descubrió sus vestidos del día anterior, que estaban en un rincón. Vistióse la muchacha suspirando y hasta llegó a llorar. Pero aun en medio del llanto no dejaba de lanzar miradas al espejo; y sucedió que, entre el tumulto de ideas que pasaban por su mente, se le ocurrió la de probarse el gorro puntiagudo de Chernomor. Todo parecía quieto y nadie la podía ver... Además ¿qué gorro no le iría bien a una muchacha de diecisiete años? Las mujeres nunca se cansan de ataviarse. Liudmila empezó, pues, a manejar el gorro ladeándolo ya a la derecha, ya a la izquierda, hundiéndoselo hasta las cejas o probándoselo al revés. ¡Y aquí vino lo maravilloso! Liudmila desapareció del espejo; y volvió a aparecer en él cuando se puso bien el gorro. Intentó ponérselo al revés y volvió a desaparecer.
—¡Qué bien! —exclamó ella—. ¡Qué contenta estoy, hechicero mío! Ahora ya no te tengo miedo y me siento aquí en la mayor seguridad.
Y al decir esto la princesa, encendida de alegría, se puso el gorro del malvado brujo al revés.
*
Pero volvamos a nuestro héroe. Porque ¿no es vergonzoso que nos ocupemos con tal atención de un gorro y de una barba, mientras dejamos abandonado a Ruslán a su propia suerte?
Después de su combate con Rogday, internóse Ruslán en un bosque frondoso. Al cabo de un rato surgió ante sus ojos un gran valle iluminado por la primera claridad del alba. Nuestro guerrero quedó sorprendido, y en verdad que tenía para ello razón: el valle había sido campo de una antigua batalla; todo, hasta la lejanía, aparecía completamente desierto y sembrado de huesos amarillentos; por doquier se veían corazas, adargas, arneses...; aquí una mano de esqueleto que empuñaba todavía una espada llena de herrumbre; allí, entre las hierbas, un casco en el cual se pudría un viejo cráneo...; más allá los restos de un héroe y, al lado, los de su corcel, rodeados de flechas y lanzas, hundidas en la tierra y cubiertas de plantas trepadoras. Nadie turba el silencio de aquel desierto y únicamente el sol abrasa con sus rayos aquel valle de muerte.
El guerrero lo contempla todo, suspirando.
—¡Oh, campo! ¿De quién fueron los huesos que te cubren? ¿A qué héroe perteneció el caballo que te pisó en el último momento de la sangrienta lucha? ¿Qué guerrero sucumbió aquí gloriosamente? ¿De quién fueron las últimas plegarias que escuchó el Cielo? ¿Por qué, ¡oh, campo!, permaneces silencioso y cubierto por el musgo del olvido? ¡Acaso no halle salida yo tampoco y no pueda evitar las eternas tinieblas! ¡Quién sabe si en aquella colina no irán a enterrar el ataúd de Ruslán!
Pero nuestro guerrero recuerda pronto que a un héroe le hace falta una espada y también una coraza; y él, después de su último encuentro, ha quedado desarmado.
Inmediatamente se pone a buscar armas, creyendo poder encontrarlas entre los arbustos y montones de podridos huesos, entre las corazas y los cascos destrozados. Entre tanto, el campo entero parece revivir y se oyen sones y crujidos... Ruslán levanta del suelo una adarga y después una coraza, la primera que ve. Encuentra además un cuerno, pero no logra dar con ninguna espada, pues todas son o demasiado ligeras o cortas en exceso; y es preciso saber que el príncipe era un joven robusto, en nada parecido a los guerreros de nuestros tiempos.
Para tener algo en la mano escogió una lanza, púsose la coraza y prosiguió su camino.
*
Sobre la tierra adormecida palidece ya la aurora, cae una azulada niebla y aparece la blanca luna. Oscurécense los campos. Ruslán camina pensativo por un sombrío sendero y en la lejanía, a través de la bruma, divisa una oscura colina. No tarda en advertir que de ella se escapa un ronco rugido. Se acerca un poco más y ve entonces que la mágica colina parece moverse y respirar.
Ruslán la examina pacientemente con la mayor atención, pero su caballo se asusta, mueve las orejas, tiembla y quiere retroceder; agita la cabeza y se le erizan las crines.
De pronto la luna, despejada por completo, ilumina a través de la bruma la extraña colina. El guerrero mira y contempla algo sorprendente. No sé si encontraré palabras y colores para describirlo...
Ante él se yergue una Cabeza, una cabeza viva. Sus ojos están cerrados y duermen. La Cabeza emite un son ronco, y agita el plumaje que lleva en el casco; las plumas, al moverse, proyectan grandes sombras. Y entonces la Cabeza aparece con toda su horrible belleza en la extensión de la estepa oscura, destacándose como temible guardián de aquel desierto silencioso. Surge amenazadora, algo velada por ligeras nubes.
Ruslán la mira indeciso, se acerca más aún, da una vuelta en torno a ella y, deseando despertarla de su profundo sueño, se para ante sus narices y le hace cosquillas introduciendo en ellas la lanza.
La Cabeza hace una mueca, arruga la frente, bosteza, abre los ojos... y estornuda.
Sopla entonces un viento huracanado; el campo se estremece, se levanta una nube de polvo. De cejas, bigotes y orejas salen volando manadas de búhos. Se despiertan los bosques silenciosos...