No ten?a elecci?n. Tendr?a que ir a pie hasta Chavagne, pernoctar all? y seguir viaje antes del amanecer. Con resoluci?n, dio media vuelta y observ? el camino por donde hab?a venido. Pero volvi? a detenerse. Chavagne estaba en el camino de Rennes, si segu?a en aquella direcci?n se meter?a en la boca del lobo. Lo mejor era dirigirse hacia el sur otra vez. Al pie de los prados, hab?a una barca que le llevar?a a la otra orilla del r?o. As? evitar?a pasar por el pueblo y, poniendo agua entre ?l y el peligro inmediato, aumentar?a su sensaci?n de seguridad.

A un cuarto de milla de Gavrillac, estaba el sendero que conduc?a hasta la barca. Despu?s de veinte minutos andando, Andr?-Louis lleg? con los pies destrozados. Vio que hab?a luz en las ventanas de la caba?a del barquero y dio un rodeo para evitarla. Al amparo de la obscuridad, se arrastr? sigilosamente hasta la peque?a embarcaci?n. Pero para su consternaci?n, descubri? que la barca estaba atada a la orilla con cadena y candado.

Andr?-Louis sonri?. Por supuesto, ten?a que haberlo imaginado. La barca era propiedad del se?or de La Tour d'Azyr y era l?gico que la dejara amarrada para que los pobres diablos como ?l no dejaran de pagar sus se?oriales derechos.

Viendo que no hab?a otra alternativa, Andr?-Louis fue a la caba?a del barquero y golpe? su puerta. Al abrirse, se ech? hacia atr?s para que la luz que sal?a del interior no lo iluminara.

– ?Necesito la barca! -dijo lac?nicamente.

El barquero, un pat?n corpulento a quien Andr?-Louis conoc?a muy bien, sali? de la caba?a alzando un farol. La luz dio de lleno en la cara del viajero.

– ?Bendito sea Dios! -exclam?.

– Veo que sabes que tengo prisa -dijo Andr?-Louis mirando fijamente el rostro perplejo del hombre.

– Claro que s?, pues sab?is que en Rennes os espera la horca -mascull? el barquero-. Ya que hab?is sido tan necio para regresar a Gavrillac, lo mejor ser? que os alej?is de aqu? cuanto antes. No dir? a nadie que os he visto.

– Gracias, Fresnel. Tu consejo coincide con mis intenciones. Pero por eso mismo necesito la barca.

– ?Ah, no, eso no! -exclam? Fresnel impetuosamente-, no dir? nada, pero es todo lo que puedo hacer, pues mi pellejo vale tanto como el vuestro.

– No tendr?as que haber visto mi rostro. Olvida que lo has visto.

– Eso har?, se?or, pero nada m?s. No puedo llevaros a la otra orilla.

– Entonces dame la llave del candado y yo cruzar? el r?o.

– Eso no cambiar?a nada. No puedo. Nada dir?, pero no quiero… no me atrevo… a ayudaros.

Andr?-Louis contempl? un momento la expresi?n adusta y resuelta del barquero. Su actitud era comprensible. Aquel hombre, que viv?a a la sombra del marqu?s de La Tour d'Azyr, no se atrever?a a hacer nada que fuera contra la voluntad de su temido amo.

– Fresnel -dijo tranquilamente-, como bien dices, me espera la horca, y todo por el asesinato de Mabey. De no haber sido asesinado, yo no hubiera tenido necesidad de denunciar el caso como lo he hecho. Si mal no recuerdo, Mabey era amigo tuyo. En honor a su memoria, ?podr?as hacerme el peque?o favor que te pido para salvarme?

La sombra que cubr?a el rostro del barquero, en vez de extinguirse, se nubl? m?s:

– Lo har?a si me atreviera, pero no me atrevo -dijo enoj?ndose, como si necesitara enfadarse para justificar su decisi?n-. ?Es que no comprend?is que no puedo hacerlo? ?Quer?is que un pobre hombre como yo arriesgue su vida por vos? ?Qu? hab?is hecho nunca vos, ni los vuestros, por m? para pedirme ahora algo as?? Esta noche no cruzar?is el r?o en mi barca. Marchaos ahora mismo, marchaos antes de que me arrepienta y recuerde que hablar con vos sin informar de vuestra presencia puede ser peligroso. ?As? que marchaos!

Dispuesto a entrar en su caba?a, el barquero le dio la espalda, y Andr?-Louis se sumi? en el desaliento.

En un rel?mpago, Andr?-Louis comprendi? que deb?a obligar a aquel hombre y que ten?a los medios para hacerlo. Record? la pistola que Le Chapelier le hab?a dado cuando sali? de Rennes, un obsequio que al principio desde??. No estaba cargada ni Andr?-Louis ten?a municiones. Pero ?c?mo iba a saberlo Fresnel?

R?pidamente sac? el arma de su bolsillo y, cogiendo al barquero por el hombro, lo oblig? a girar sobre sus talones.

– ?Y ahora qu? quer?is? -pregunt? el barquero furioso-. ?No os he dicho ya que…?

Bruscamente se call?. El ca??n de la pistola apuntaba a su sien.

– Necesito la llave del candado de la barca. Eso es todo, Fresnel. O me la das enseguida o yo mismo la coger? despu?s de levantarte la tapa de los sesos. Lamentar?a tener que matarte, pero no vacilar? si me obligas. Es tu vida contra la m?a, y no te parecer? extra?o que si uno de los dos tiene que morir, yo prefiera que seas t?.

Fresnel meti? la mano en un bolsillo y sac? la llave. Cuando se la dio a Andr?, sus dedos temblaban, m?s de ira que de miedo.

– Cedo a la fuerza -gru?? mostrando los dientes como un perro-, pero no os servir? de mucho.

Andr?-Louis cogi? la llave sin dejar de enca?onarlo.

– Me parece que me est?s amenazando -dijo-. En cuanto me haya ido, correr?s a delatarme para que los soldados me persigan.

– ?No, no! -exclam? el barquero advirtiendo el peligro en la siniestra voz de Andr?-Louis-. Os juro, se?or, que ?sa no es mi intenci?n.

– Creo que ser? mejor garantizar mi seguridad.

– ?Por el amor de Dios! ?No me hag?is da?o, se?or! -el brib?n estaba aterrorizado-. No tengo ninguna mala intenci?n. ?Os lo juro por Dios! No dir? una sola palabra a nadie. No har?…

– Prefiero estar m?s seguro de tu silencio que de tus promesas. Pero hoy est?s de suerte. Tal vez estoy loco, pero me repugna derramar sangre. Entra en tu casa, Fresnel. ?Vamos! Yo te sigo.

Cuando estuvieron en el interior de la caba?a, Andr?-Louis le detuvo.

– Ahora dame una cuerda -orden?, y el otro obedeci? r?pidamente.

Cinco minutos m?s tarde, Fresnel estaba fuertemente atado una silla y amordazado con un trozo de madera envuelto por una bufanda.

Ya en el umbral, Andr?-Louis se detuvo y se volvi?:

– Buenas noches, Fresnel -le dijo al barquero en cuyos ojos brillaba el odio-. No creo que nadie m?s necesite esta noche tu barca. Pero ya vendr? ma?ana alguien a desatarte. Mientras tanto resiste como puedas lo inc?modo de tu situaci?n, y recuerda que esto se debe tan s?lo a tu falta de caridad. Si pasas la noche reflexionando en eso, no desaprovechar?s la lecci?n. Quiz? ma?ana por la ma?ana te hayas vuelto tan caritativo que ni siquiera recuerdes qui?n te at?. Buenas noches.

Sali? y cerr? la puerta.

Desatar la barca y remar hasta la otra orilla, impulsado por la corriente plateada a la luz de la luna, no le tom? m?s de seis o siete minutos. Meti? la proa de la barca entre los arbustos que bordeaban la orilla sur del r?o, salt? a tierra y amarr? la embarcaci?n a un ?rbol. Un poco desorientado en medio de la obscuridad, decidi? cruzar el h?medo prado en busca de la carretera.