Asi, poco a poco, sin que se lo confesara a si mismo, iba surgiendo en su mente una idea descabellada, una monstruosa idea, que se apresuro a borrar de su pensamiento, pero que volvia, insistente.
Y alli estaba Maleo, livido, abrumado, lamentable, mirando como sus huespedes recogian su pobre equipaje, cuando llego Cloe. De una ojeada, y sin haber oido la menor palabra de explicacion, comprendio lo que estaba pasando: la partida de los invitados y el dilema del esposo. Los envolvio a todos con una amplia mirada de ternura y luego llevo a este ultimo aparte.
– Si estas pensando en acompanarlos una parte del camino, no lo dudes mas. A pesar de su edad, estos hombres no son mas que ninos; no saben nada de caminos ni de viajes y sin ti estarian perdidos.
Como si solo esperara estas palabras de animo, Maleo se puso de pie, repentinamente henchido de energia. Y ademas, alegre.
– ?Vamonos! Voy a pedir a los sirvientes que preparen las monturas.
?Una parte del camino, habia dicho su mujer? Anos mas tarde, Maleo seguiria preguntandose como habia podido embarcarse con tanta ligereza en aquella aventura.
Mani parecia no conocer la meta de su viaje. Cada manana se abria camino, sin tenderse jamas dos noches en la misma estera. Sus companeros le seguian. Hacia Ganazak, en Atropatena, hacia Armenia, hacia los montes de Media o las cienagas de Mesena y, finalmente, a Kashgar, a orillas del Tigris, donde se embarcaron.
– ?Y ahora, adonde vamos?
Maleo no esperaba respuesta, pues no la habia recibido a sus veinte preguntas anteriores. Se habia desplomado a popa, al lado de Pattig, con la cabeza envuelta en un panuelo mojado. El sol estaba tan cerca que le oia latir en las sienes. Solo Mani estaba de pie, con su sombra agazapada a sus pies. Sin volverse, anuncio como si estuviera hojeando el diario de a bordo:
– La proxima noche dormiremos en Charax. Luego, un navio nos llevara por el Gran Mar hasta la India.
Maleo habia perdido la costumbre de argumentar. Se acostaba, se levantaba, escuchaba, andaba. Sin embargo, detras de sus ojos demasiado sumisos, jamas cesaba de echar sus cuentas. Estamos en ayar, ultimo mes de la primavera, se decia, y es el comienzo de los monzones que empujan los barcos hacia Oriente; los marineros lo saben, asi como los mercaderes que hacen largas travesias. ?Pero como puede tener Mani esos conocimientos profanos? Maleo se incorporo, apoyandose en un codo, con la esperanza de ver mas claro. ?Habria estudiado su amigo el regimen de los vientos? ?Le habria arrastrado a ese periplo errante previendo desde el principio llegar a Charax en el momento preciso en que se abren los caminos estacionales de la India? ?O seria su «Gemelo» el que sabia y el que le guiaba? ?Su «Gemelo»? Pero ?quien era Mani y quien era su «Gemelo»? Con la misma mano nerviosa, Maleo espanto sus dudas y los mosquitos de los pantanos.
Tres
En Charax, almacen de Mesopotamia, los viajes se preparaban en los tugurios situados a lo largo del estuario. Fletadores, marineros, cambistas, traficantes honorables, rufianes, echadoras de suertes… Toda una fauna entre la que resonaban risas estrepitosas y dichos atrevidos y de la que Mani y Pattig permanecieron apartados e incluso prudentemente lejos, en una calle umbria y de mucho transito. Maleo tenia que hacer solo las maniobras de aproximacion; Maleo, cuya mirada buscaba ya a un compatriota. Estaba seguro de encontrar alguno o varios, ya que los tirios recorrian desde siglos atras la ruta del clavo y del cardamomo.
De hecho, en un pequeno grupo, uno de los menos ruidosos, diviso un rostro, un corte de barba, un gorro, un anillo. Se acerco y consiguio que le ofrecieran un asiento y cerveza de cebada. Se hablaba de dracmas y de dinares, de talentos y de aureos, y luego de marejadas, arrecifes y piratas. Maleo evoco Ctesifonte, jactandose de sus talleres, de su buena reputacion, de sus proezas comerciales y de su clientela, seduciendo a su interlocutor con el senuelo de lucrativos negocios en comun. Una hora mas tarde, los dos tirios se ponian de acuerdo con un apreton de manos.
– ?Cuando partiremos?
– La mercancia esta a bordo, asi como el agua dulce; solo esperamos los augurios. La pasada noche, nuestro carpintero vio en suenos un rebano de cabras, negras como un violento temporal, y los marineros no quisieron embarcarse. Manana por la manana ofrecere un toro en sacrificio en el templo del malecon. Si es aceptado, zarparemos por la tarde, antes de que los dioses cambien de opinion.
Se levantaron riendose con crispacion. Un viaje por mar no se emprende jamas sin angustia. Luego, Maleo fue a encontrarse con sus amigos para anunciarles que todo estaba arreglado.
Mani y Pattig estaban en medio de un corro de oyentes, del mismo modo que en cada una de las localidades que habian visitado. ?Los interrumpiria para gritarles su exito? Pero ?para que? Sabia por adelantado su reaccion; le mirarian con ojos de cordero degollado, como si estuviera convenido desde siempre que al entrar en aquella taberna encontraria a un armador tirio que partia, precisamente, hacia la India, y que, precisamente, habia retrasado un dia su viaje y aceptaria gustoso llevarlos a bordo a los tres. No, Maleo no diria nada, preferia dejar que los dos partos se dedicaran a sus celestes misiones, mientras que el se ocupaba de una tarea menos elevada: los viveres, ya que si bien su compatriota habia insistido cortesmente en llevarlos gratis, era evidente que, al igual que todos los pasajeros, ellos deberian sufragar su comida.
?Puede uno imaginarse la montana de provisiones que habia que reunir para avituallar a tres hombres durante toda la travesia? Maleo se dirigio a grandes zancadas hacia el bazar del puerto, y mientras andaba, no cesaba de rezongar; sin darse cuenta, las palabras le subian de las entranas, como esas burbujas de los peces en la superficie del agua. Al partir de Ctesifonte, habia previsto llevarse uno o dos criados, como lo habria hecho cualquier hombre sensato, pero Mani no habia querido ni oir hablar de ello.
– ?Quien se ocupara de levantar nuestras tiendas y de cocinar para nosotros?
– No tendremos tiendas ni cocina. En cada etapa, unos seres generosos nos ofreceran alojamiento y subsistencia.
– ?Iremos solos por los caminos como si fueramos mendigos?
Mani se echo a reir.
– ?Quien merece mas que un mendigo guiar al mundo?
Esta reflexion resultaba irritante para un hombre de negocios.
– Hay dias, Mani, en que no comprendo nada de lo que dices. Me pregunto si solo hablas asi guiado por el deseo de confundirme.
Pero el hijo de Babel habia adoptado su expresion mas seria para explicar:
– Aquellos que han elegido conducir a los demas deben renunciar a todo poder, a toda riqueza, solo deben poseer la ropa que llevan, nada mas, ni siquiera la comida del dia siguiente. Asi es como se podra distinguir a los sabios de los falsos devotos vendedores de creencias.
– Pero ?como sobreviviran esos sabios?
– El pueblo los alimentara cada dia.
– ?No podria cansarse el pueblo un dia de alimentarlos?
– Cuando en toda la superficie de la Tierra no se encuentre ya a un solo ser que quiera alimentar a un sabio, el mundo no merecera a los sabios y les habra llegado la hora de partir.
– ?Se dejaran morir?
– Cuando el mundo haya abandonado a los sabios, los sabios lo abandonaran. Entonces el mundo se quedara solo y sufrira por su soledad.
Maleo daba vueltas al gorro entre sus manos.
– En pocas palabras, emprenderemos el viaje sin comida y sin oro.
– Si, sin nada de todo eso. Partiremos como sabios.
El tirio habria dicho «como locos», pero cuando la incomprension es tan grande, ?como tender un puente?, ?por donde empezar a argumentar?
Habian partido, pues, Mani, su padre y su amigo sin otro equipo que sus monturas. Sin embargo, Maleo no habia podido por menos de llevarse una bolsa escondida entre sus ropas, aunque no habia tenido nunca la ocasion, a lo largo del recorrido, de aflojar su cordon. En cuanto cruzaban la puerta de una ciudad, ya fuera Holvan, Kengavar o Artaxata, o la mas modesta aldea, la gente se agrupaba a su alrededor, primero por curiosidad hacia el forastero; luego, en cuanto Mani comenzaba a predicar, se congregaba una multitud para escucharle. Cuando el hijo de Babel ignoraba el habla del lugar, un hombre de entre los asistentes se proponia como interprete, y al final del dia, ese mismo hombre o cualquier otro suplicaba a los viajeros que le hicieran el honor de pasar la noche en su casa.
A la hora de comer, los notables se disputaban sentar a su mesa a los visitantes y, a lo largo de los dias, mientras Mani hablaba, las mujeres llegaban con frutas y bebidas frescas para el, sus companeros y sus oyentes.
Antes de partir el pan, Mani tenia la costumbre de rezar esta corta oracion: «Senor, para preparar esta comida, ha sido necesario ofender a la tierra, a las plantas y a otras criaturas. Pero aquellos que lo han hecho no tenian otra intencion que alimentar la Luz que esta en el hombre y dejar vivir Tu palabra».
Luego, distribuia los alimentos a su alrededor como si fuera el senor de la casa, contentandose el con un poco de pan y algunas frutas. Le gustaba particularmente la sandia, y si alguien le preguntaba la razon, explicaba que en ningun otro alimento se concentraba tanta Luz: «Observad la sandia, vuestros ojos gozan con su color, vuestra nariz, con su discreto perfume, vuestra mano acaricia su piel firme y lisa; no necesitais beber al mismo tiempo, ya que el agua esta en ella; no teneis que abrirla en un plato, puesto que madura y se ofrece en su propio recipiente. Comenzad por los extremos e iros acercando al corazon, y cada bocado os acercara a los Jardines de Luz».
Apreciaba igualmente el pan caliente, los pepinos y los datiles, sobre todo los mas limpidos, aquellos a traves de los cuales se ve la luz. Por el contrario, apartaba con un gesto apenas cortes todos los platos de carne. En cuanto al vino y a las bebidas fermentadas, no los probaba; solamente simulaba mojarse los labios al principio de las comidas para que los comensales se sintieran libres de beberlos; pero no toleraba la embriaguez y bastaba que un hombre entre los asistentes mostrara alguna senal de ella para que Mani se levantara y se alejara, sin consideracion para sus anfitriones.
A menudo, en el momento de ponerse de nuevo en camino, Mani habia conquistado ya a algunas personas que no querian separarse de el. Pero el les decia: «No me sigais aun, no ha llegado la hora. Esperadme, sed mi esperanza en esta ciudad, propalad a vuestro alrededor lo que habeis oido de mi boca y decid a todos que volvere».