3. Cerca de los reyes

He venido del pais de Babel

para hacer resonar un grito en todo el mundo.

Mani

Uno

Mientras esperaba a que llegara su turno para entrar en el salon del Trono, Mani no podia apartar los ojos de la puerta monumental ante la que estaban alineados los hombres de la guardia con sus gorros de fieltro color rojo sangre. ?No era aquella puerta la que evocaba su «Gemelo» cuando hablaba de conquistar Ctesifonte? Habia sido necesario que el fuera hasta las orillas del Indo, que conociera a aquel principe y que sanara a su hija, para obtener esa carta de introduccion, dirigida por Ormuz a su propio padre, Sapor, el nuevo senor del Imperio…

En el vestibulo, dejo que le describieran una vez mas el ceremonial. En los labios del jefe de protocolo se repetia como un exorcismo una palabra, padham. Asi era como llamaban, en los tiempos de los sasanidas, al panuelo blanco que debia colocarse ante la boca cualquiera que se acercase a los objetos sagrados, por temor a que fueran mancillados por el aliento de un mortal; el del mago en el momento de oficiar ante el altar del fuego, o el de cualquier hombre que hablara en audiencia publica a la persona del rey de reyes.

Por eso, los cortesanos guardaban siempre un padham en la manga, y los dignatarios del palacio ofrecian uno a los visitantes extranjeros, al mismo tiempo que se preocupaban de ensenarles el gesto de veneracion: el indice de la mano derecha extendido hacia adelante y hacia arriba, ligeramente curvado, asi como de inculcarles las frases convenidas, ya que tanto en Ctesifonte, como en el Egipto de las dinastias y, por otra parte, en Roma, aunque de un modo mas puntilloso, el soberano era augusto. Para dirigirse a el, no se podia usar ni un nombre ni un titulo, sino unas formulas consagradas de las que nadie podia apartarse: «?Vosotros, personajes divinos!», «?Vosotros, los dioses inmortales!» o, al menos, «?Vuestra divinidad!».

En el reglamento de la corte, cada disposicion tenia como objetivo ahondar el abismo entre el monarca y el resto de los mortales. Todo contribuia a forjar esa imagen de inhumano poder, de celeste pompa y de perennidad. La boveda del salon del Trono era tan alta que parecia construida por una congregacion de gigantes, y, a lo largo de las paredes, hasta donde alcanzaba la vista, solo se veian tapices, ni una pulgada que revelara la desnudez original de las superficies.

Al fondo de la gigantesca estancia, no habia mas que un estrado, protegido por una cortina alrededor de la cual se distribuia la asamblea de los cortesanos. A diez codos, las personas de sangre real; diez codos mas lejos, los intimos de Sapor, el rey de reyes, sus comensales, sus consejeros mas cercanos, los dignatarios religiosos, exegetas y recitadores del Avesta, asi como los sabios, los astrologos y los medicos de renombre; otros diez codos mas alla, se encontraban los que divertian al rey, bufones, juglares, acrobatas y bailarines, todos ellos personajes muy considerados en la corte sasanida, mucho mas que los arquitectos, los pintores y los poetas, pero, a pesar de todo, sin comparacion con los musicos. Conforme a los deseos debidamente codificados del fundador de la dinastia, a los compositores y a los maestros reconocidos de instrumentos y de canto se les trataba igual que a los principes reales y se colocaban, pues, a diez codos de la colgadura, pero a la izquierda. Detras de ellos se alineaban los musicos y los cantores de segundo orden, y diez codos mas lejos, la masa de tanedores de laud, de «zand» o de mandolina.

Para despertar al languido auditorio, un redoble de tambores precedia al clamor ritual: «Hombres, que vuestra lengua cuide de preservar vuestra cabeza, vuestro Senor esta entre vosotros». Luego, mientras los musicos de la primera fila ejecutaban el aire previsto para ese dia, y que ya no se oiria antes del mismo dia del ano siguiente, unas manos invisibles separaban la cortina.

Todos se prosternaban con la frente contra el suelo, esperando que un nuevo clamor los autorizara a alzar la vista: el soberano estaba alli, idolo inmovil, cegador derroche de oro; oro tejido en el traje, en el cojin, en la colgadura; oro macizo en el trono, oro cincelado en los collares, en los anillos, en las fibulas; hasta la barba estaba espolvoreada de oro, polvo deslumbrante que salpicaba tambien los labios, las pestanas y las cejas.

Sobre el monarca podia contemplarse la legendaria corona que pesaba mas que un hombre, y que ninguna cabeza, aunque fuera imperial, habria sido capaz de llevar; pero habia que acercarse para descubrir que estaba sujeta por una fina cadena cuyo eslabon estaba clavado en la boveda, de tal manera que cuando el rey se retiraba, la corona seguia suspendida, como por milagro, sobre el trono vacio; los hombres divinizados envejecen y mueren, la majestad permanece.

De lejos, la ilusion era total; solo se contemplaba a un ser de leyenda, inconcebible, nacido de todos los terrores de los mortales, de sus morbosos deseos, una aparicion suntuosa que petrificaba, que fascinaba, que imponia su mision.

?Y era a aquel monstruo fabuloso al que Mani habia ido a domar!

Por el momento, el hijo de Babel no cesaba de repetirse mentalmente cada paso o cada gesto, de rememorar las palabras que habia decidido pronunciar, sobre todo las primeras, las de los instantes en que se esta aturdido, aquellas que de ordinario se balbucean bajo las miradas inquisidoras y que, entre todas, son las mas importantes; las rumiaba sin descanso, con nerviosismo.

Luego, una voz grito su nombre. Se volvio para asegurarse de que habia oido bien. Demasiado tarde, porque la puerta estaba ya abierta y una mano le empujo. ? Ay de aquel que hiciera esperar al divino Sapor! Mani avanzo a lo largo de la alfombra ribeteada que conducia a los peldanos del trono, pero tenia la sensacion de ir a la deriva, de tal manera habia perdido toda nocion de las distancias. El rey le parecia cercano, como podia serlo el sol de Mardino, cercano hasta el deslumbramiento, hasta la insolacion, y sin embargo, el camino alfombrado que llevaba hasta el le parecia interminable, pedregoso, empinado, y lo recorria con una impresion de extremada lentitud, de ahogo y de opresion. Era la hora de la duda y del arrepentimiento. Arrepentimiento por no haber escuchado los prudentes consejos de Maleo, quien, hasta la entrada del palacio, le conjuraba aun a renunciar. Arrepentimiento por no haber permanecido oculto en su palmeral, «como una ramilla de hisopo entre las piedras», habria dicho Sittai. Hacia dos anos de aquello. ?Dos anos! ?Una eternidad! A Mani le vino a la memoria, pero sus recuerdos estaban cargados de bruma, como si pertenecieran a una vida anterior.

Invoco a su «Gemelo», a su Doble. ?Que se manifestara, por favor! Necesitaba asegurarse de que estaba alli, con el, que caminaba a su lado por ese camino de prueba, que tomaria la palabra cuando su propia boca le fallara. «Conserva la serenidad, Mani, olvida el oro, ignora la pompa, no te dejes deslumbrar jamas por un ser humano, aunque sea rey o profeta. El destino ha depositado en el lo que ha depositado en ti y en todos. Lo importante es ser consciente de ello. Dentro de mil anos, solo se hablara de Sapor porque tu camino se cruzo con su corte.»

Llego por fin a la altura del chambelan. Este le hizo senas para que se prosternara y luego le cuchicheo que estaba autorizado para levantarse. Antes de hablar, Mani saco de la manga el padham inmaculado.

– ?Honra al mas poderoso de los hombres! ?Que se cumplan sus mas nobles deseos!

La formula era inusitada. El dignatario fruncio el entrecejo y el rostro altanero del rey se estremecio con un asombro de mortal; pero no se habia dicho nada que fuera irreverente. Finalmente, Mani fue invitado con un gesto a presentarse.

– Soy un medico del pais de Babel.

– Mi hijo bienamado me ha hecho llegar una carta elogiosa con respecto a ti. Parece que supiste agradarle.

– La Providencia quiso que sanara a su hija a la que el creia perdida.

– ?Como sanas?

– Mediante la palabra y las plantas.

– ?Y el cuchillo, el fuego y las sanguijuelas?

– En eso, otros son mas habiles que yo.

Mani no lo sabia, pero la palabra «sanguijuela» era una trampa, dada la aversion de Sapor por ese tratamiento y por aquellos que lo utilizaban. Tranquilizado sobre ese punto, el monarca prosiguio:

– Mi hijo hace mencion, igualmente, a ciertas ideas que querrias difundir.

– Me ha sido revelado un mensaje.

Entre los cortesanos se elevaron murmullos, pero nadie se atrevio a opinar por adelantado sobre la reaccion del monarca, quien, por su parte, esperaba que Mani prosiguiera. Y como la continuacion se hacia esperar, interrogo a su visitante con un principio de irritacion:

– ?Que mensaje? Te escuchamos.

– Ha comenzado una era nueva que necesita una nueva fe, una fe que no sea la de un solo pueblo, de una sola raza ni de una sola ensenanza.

Mani no tenia necesidad de precisar a que pueblo, a que raza y a que ensenanza se estaba refiriendo. Entre los dignatarios de la segunda fila se agito un panuelo.

– ?Yo conozco a ese hombre!

A Mani le basto volverse para divisar entre la multitud de magos la barba rubia de Kirdir.

– Es un nazareno, el mas perfido enemigo de nuestra religion. Se cruzo en mi camino cuando yo estaba en la India junto a nuestro ejercito victorioso. Nuestro senor, el divino Artajerjes, me habia ordenado encender un inmenso fuego sagrado en aquella region para celebrar el triunfo de la gloriosa dinastia y ahogar las voces impias; pero este nazareno multiplico los maleficios para impedirme ejecutar ese acto de piedad.

Kirdir lo habia conseguido. Desde ese momento, los asistentes podian sentirse ofendidos por la actitud de ese medico de Babel hacia el difunto rey de reyes. Ahora, de todos aquellos que tenian los ojos clavados en Mani, Sapor parecia el menos hostil, uno de los pocos que estaban aun dispuestos a escuchar su defensa.

– Solo estoy aqui para transmitir un mensaje al primero de los hombres -prosiguio Mani-. El Cielo ha dado a su juicio mas peso que a todas las opiniones. ?Ojala reciba mis palabras con serenidad, sin dejarse distraer por la hostilidad de la que algunos quieren rodearme!

– Si he consentido en recibirte, es para escuchar tu mensaje. Tienes la palabra.

– Vuestro Imperio se ha extendido al oeste hacia el pais de Aram, Adiabena y Osroena, donde los nazarenos son numerosos; al este, hacia Bactriana, India y Turan, donde se venera a Buda. Manana, el reino de la dinastia se extendera hacia unas regiones donde no se tiene costumbre de adorar a Ahura Mazda, y tendra innumerables subditos que profesaran toda clase de creencias. ?Seria prudente humillarlos hasta transformarlos en traidores? ?Quien es el mejor aliado de la dinastia? ?El que intenta conciliar a los hombres o el que atrae sobre ella el resentimiento de sus propios subditos?