– ?El senor sabe de que calana son estos nazarenos?
No tendria tiempo de proseguir. Los aullidos de una mujer muy joven que acababa de irrumpir en la sala, abriendose paso entre el circulo de cortesanos y lanzandose a los pies del principe, ahogaron providencialmente sus primeras silabas.
– ?Senor! ?Tu hija! ?Tu hija!
– ?Habla, Denagh!
El principe zarandeaba por los hombros a la mujer, que se habia quedado subitamente sin fuerzas como un nino agarrado al vestido de su madre.
– ?Estaba corriendo cerca del arroyo, se cayo y ya no se mueve!
– ?Esta herida?
– ?No, no se ha hecho sangre!
– ?Respira?
– Si -aseguro la mujer, aterrada-. Respira, pero no consigo reanimarla.
Ormuz permanecio postrado en su asiento, olvidando toda majestad; un torbellino de pesadilla arrastraba su mente. Kirdir juzgo propicio el momento para extender un dedo acusador:
– La infidelidad que ha penetrado en este lugar atrae las plagas sobre nosotros. Se han proferido palabras blasfemas. Si a la hija del principe le llegara a suceder una desgracia, este maldito nazareno tendria la culpa.
Ormuz habia perdido todo discernimiento y toda voluntad. Todos, en su circulo, sabian el carino que experimentaba por su hija. La esposa preferida del principe habia muerto al traerla al mundo, y Ormuz habia volcado en la nina todo el amor que sentia por su madre. Bastaba, pues, que Kirdir designara a Mani como supuesto responsable de su desgracia para que el principe mirara hacia el con rabia. Pero Mani no perdio su seguridad.
– Soy medico. En lugar de utilizar el mal de la nina para iniciar una vil polemica, tratemos mejor de curarla. ?Que me conduzcan junto a ella!
No queriendo desdenar ninguna esperanza, Ormuz acompano a Mani a la cabecera del lecho de la nina.
Esta se encontraba recostada, con los cabellos tan perfectamente trenzados y los pliegues de su vestido tan bien arreglados que parecia una muerta. Solo un cofre mal cerrado del que sobresalia un juguete roto daba un toque de desorden y de vida a la habitacion; una habitacion que no era, sin embargo, mas que un sector de la tienda principesca, con, a modo de puerta, unas hileras de cuerdecillas cargadas de conchas de colores, que llegaban a dos codos del suelo para que la princesa fuera la unica que pudiera entrar sin hacerlas tintinear.
Mani puso la mejilla sobre la frente de la nina, le tomo el pulso, le levanto el parpado y luego pidio a la joven, a la que el principe habia llamado Denagh, que cortara cinco trozos de tela blanca y limpia, cada uno del tamano de la palma de la mano, y que se procurara algunas pulgaradas de alcanfor. El mismo fue a coger, entre los arboles y en los terraplenes, ciertos tallos, flores, hierbas medicinales y bayas, que eligio uno a uno, tomandose el tiempo de estrujarlos entre los dedos para verificar su naturaleza.
Regreso a la habitacion con ese brazado heterogeneo y comenzo a machacar las hierbas hasta formar una pasta color tierra, como turba espesa, que espolvoreo abundantemente de alcanfor, antes de extenderla sobre los trapos. Doblo estos, los comprimio y los aplasto, y coloco uno de ellos sobre la frente de la nina, tapandole igualmente las orejas; enrollo otros dos alrededor de las munecas y los ultimos en la punta de los pies, apretandole los dedos. A continuacion, cogio un cantaro y dejo que fluyera un chorrillo de agua para que empapara las compresas.
A su alrededor, nadie osaba hacer el menor ruido. Cada vez que un trapo se secaba, Mani lo empapaba con un poco de agua, y cuando al cabo de una hora se vacio el cantaro, se lo alargo al principe diciendo:
– Hay que llenarlo con agua del torrente.
Ormuz cogio el recipiente y se lo entrego, con un gesto natural de autoridad, al ayudante de campo, que estaba de pie tras el.
– ?No, con la mano del principe! -dijo Mani, que hablo sin levantar los ojos.
Sorprendido en un primer momento, el sasanida cogio de nuevo el cantaro y fue a llenarlo el mismo, bajo la mirada asombrada de los soldados y de los cortesanos. Supuso, sin duda, que al ser cogida por sus manos principescas, el agua adquiriria virtudes curativas. Lo mismo se cuchicheaba entre la multitud. Maleo fue el unico en sospechar que la explicacion podria ser diferente. Habia observado ya lo bastante a su amigo en las ciudades que habian visitado como para saber que cuando una mujer humilde le daba de comer un tazon de sopa y una cebolla, el los aceptaba con gratitud; que cuando la esposa de un mercader prospero le ofrecia un manjar suntuoso, el mostraba la misma gratitud, aunque solo probara un bocado; pero que cuando una sirvienta se presentaba provista de una bandeja, Mani la despedia: «Ve a decir a tus senores que me traigan la limosna ellos mismos para que yo pueda bendecirlos y darles las gracias».
Asi, queria recibir del principe, y no de su ayudante de campo, el agua que habia pedido.
Y Ormuz volvio, trayendo el cantaro con las dos manos, pero con tanta torpeza que tropezo con un pilar de la tienda; los cortesanos mas cercanos hicieron un movimiento para sostenerle, desviando rapidamente los ojos en cuanto el recupero el equilibrio, para que no advirtiera que le habian visto tropezar.
Atardecia, y Mani, sentado sobre su pierna doblada, a la izquierda de la nina, continuaba vigilando las compresas y mojandolas en cuanto se secaban. Arrodillada muy cerca de el, Denagh se mostraba inquieta, dispuesta a levantarse en cuanto el se lo pidiera. Ormuz, el mas nervioso de todos, estaba sentado al otro lado de la nina.
Subitamente, cuando todo el mundo guardaba silencio, el principe dijo:
– Si mi hija se cura, juro no entregar Deb al saqueo. Los habitantes, las casas, los mercados, los lugares de culto, todo sera preservado. Pero que mi hija se salve.
Mani no se movio. Solamente dijo, con el mismo tono la plegaria:
– ?Que el Cielo oiga tus palabras sabias y generosas!
Luego se hizo de nuevo el silencio. Las horas pasaban y, a pesar de la inquietud, el sueno vencia al nieto del rey de reyes. Denagh le sugirio a media voz que tomara algun descanso, prometiendo despertarle en caso de necesidad. El principe se tendio alli mismo, con el brazo a modo de almohada.
La luz del dia penetraba ya por un lienzo de la tienda que estaba recogido, cuando Ormuz se incorporo. Habian dado las seis; Denagh estaba sentada en la misma postura y Mani vaciaba la ultima gota de agua sobre la frente de la nina.
– ?Quieres que llene de nuevo el cantaro? -murmuro el principe.
– No hace falta -dijo Mani en voz alta-. El Cielo te ha oido. Tu hija esta curada.
Como si respondiera a su llamada, la chiquilla abrio los ojos y sonrio.
– ?La has despertado? -pregunto Ormuz aun incredulo.
– He adormecido su mal.
Sin mostrarse turbado por su exito, Mani incorporo a la nina para que apoyara la espalda sobre un gran cojin; luego, le quito una a una las compresas y se las dio al principe.
– Hay que tirarlas al torrente, en el lugar donde habeis llenado el cantaro.
Ormuz las tomo con las dos manos abiertas, como si se tratara de una valiosa ofrenda. Tenia los ojos llenos de lagrimas y un nudo en la garganta.
– Llevalas con una sola mano y con la otra coge la de tu hija que desea acompanarte.
La nina estaba de nuevo en pie, risuena, alegre y saltarina.
En el exterior, una ovacion saludo al padre y a la hija, y Mani, que seguia sentado en el mismo lugar, escuchaba su eco con serena delectacion. Cerca de el, Denagh, agotada, se habia adormecido. Por primera vez, pudo contemplarla. Habian pasado una noche entera uno al lado del otro, habian compartido la misma inquietud y la misma esperanza y su presencia abnegada y alerta habia sido tan tranquilizadora… Pero aun no la habia mirado; ni siquiera habia advertido esa unica trenza, esa larga trenza negra que le llegaba hasta la rodilla. Mani se sorprendio un poco al descubrirla tan joven. Durante su vela en comun, sus gestos habian sido los de una mujer, y ahora, su nariz, su barbilla, sus labios, todo en su rostro parecia infantil, menudo. Y tan bien dibujado… Solo la alejaba de la infancia su pecho, que parecia haber crecido demasiado deprisa para la tela que lo envolvia. ?Que edad podria tener? Trece anos, se dijo Mani, quiza doce.
Lentamente, sin un gesto brusco que pudiera despertarla, le levanto la cabeza para apoyarsela en un cojin.
Seis
Mani espero a que se calmaran las aclamaciones de los soldados y de los cortesanos para abandonar la habitacion de la nina y, seguido orgullosamente por Maleo y Pattig, ir a despedirse del principe.
– Bendito sea el dia en que te cruzaste en mi camino, medico de Babel.
Los ojos de Ormuz estaban aun rojos por la emocion y su voz sonaba insegura.
– Te dare el oro suficiente para que pases tu vida entera libre de necesidades.
– No quiero oro. Puesto que he adquirido la facultad de curar, ?como podria dejar que esa nina se apagara sin intentar nada? Si por esa accion aceptara una recompensa, me sentiria indigno de mi ciencia.
– ?Soy yo quien seria indigno de mi fortuna si te dejara partir sin recompensa!
– No quiero tus riquezas ni los honores que puedas prodigar. Sin embargo…
Se detuvo subitamente, como si le hubiera llegado una llamada apremiante y hablara bajo su lejano dictado.
– Sin embargo, tengo que hacerte una peticion.
– ?Habla, esta concedida de antemano!
– Quiero la mas dulce de las muchachas de tu casa.
– ?Denagh?
– La misma.
Ciertamente, Ormuz estaba sorprendido y claramente molesto. Pero ?como describir la reaccion de Maleo y de Pattig? Ambos miraron a Mani como si acabara de ser sustituido por un sosia bromista.
– He dicho que no te negaria nada, pero esa muchacha no forma parte de los bienes que poseo. Es la hija de un oficial al que yo queria y que murio hace cuatro anos combatiendo a mi lado. Yo me habia aventurado imprudentemente hasta el corazon de las lineas enemigas y el acudio corriendo a salvarme. Yo pude escapar con una herida superficial, pero el dejo alli su vida por mi culpa. Por lo tanto, decidi acoger a su hija unica, que tenia nueve anos, la tome bajo mi proteccion y la he tratado con carino. Si a veces se ocupa de mi hija es porque ambas se quieren mucho, pero Denagh no es ni sirvienta ni esclava. Pertenece al clan Karen, uno de los mas nobles de nuestra raza. En su familia, como en la mia, no se entrega una hija contra su voluntad. ?Consentira ella en seguirte?