Antes de acudir al palacio, el hijo de Babel habia comunicado sus inquietudes a su «Gemelo» celeste, que apenas habia intentado tranquilizarle. «Si el fin esta proximo -le habia dicho-, hay que resignarse a ello y preparar a tus discipulos para afrontarlo. ?Acaso has escrito, pintado y ensenado solo para tus contemporaneos?»
Y ahora la pesadilla se disipaba, ahora la esperanza renacia, gracias a unas palabras que habian salido, ?oh paradoja!, de la propia boca de Kirdir: «… mi hijo bienamado, el divino Ormuz…».
Por otra parte, el despechado mago proseguia su oficio sin alterar el ritual consagrado.
– Los angeles han aceptado por soberano al divino Ormuz, hijo del divino Sapor. ?Someteos a el, criaturas, y regocijemonos!
Hizo una sena al principe electo para que se acercara y le tomo la mano, interrogandole en voz alta:
– ?Aceptas del Altisimo la religion de Zoroastro, que Vishtaspa consolido y Artajerjes reanimo?
– Servire a la divinidad y hare el bien a mis subditos.
El nuevo soberano fue llevado hasta el trono sin gran pompa, en una apresurada ceremonia que estaba destinada solamente a no prolongar el vacio del poder. La verdadera solemnidad tendria lugar el dia de la coronacion, por lo demas, mucho mas tarde. La costumbre exigia que se celebrara en la proxima fiesta del Noruz, comienzo del ano nuevo, lejos de Ctesifonte, en un lugar consagrado de Persida, cuna de la dinastia sasanida.
Sin embargo, para Ormuz, el poder estaba ya en sus manos. Sus subditos se precipitaron a sus pies. El propio Bahram se obligo a prosternarse y su hermano le invito a subir los peldanos del trono para estrecharle contra el en medio de las ovaciones. En el bullicio de las felicitaciones cortesanas, Mani permanecia inmovil. Sin embargo, en otros lugares, sus fieles y todos aquellos que participaban de la misma esperanza sentirian deseos de celebrarlo, de cantar, de regocijarse; Denagh, para quien el nuevo soberano era un segundo padre, echaria hacia adelante, sobre el hombro izquierdo, su trenza salpicada de largos hilos de plata… Alli mismo, en el palacio, entre los dignatarios del Imperio, la felicidad de los amigos del Mensajero tenia acentos diferentes.
Ormuz en persona, emergiendo del torbellino, busco con los ojos a aquel que llamaba en privado «Maestro». Le miro fijamente un momento e intento hacerle senas discretamente, pero el hijo de Babel solo miraba dentro de si mismo, preocupado y como torturado en ese minuto de felicidad.
Sus pasos le condujeron hacia los restos mortales de Sapor, de los que todos se habian apartado excepto los encargados de los incensarios. Hubiera deseado descubrir en los rasgos petrificados de aquel por quien habia sentido tanto afecto la clave del misterio que se desarrollaba ante sus ojos. Estuvo un tiempo inmerso en esa contemplacion, sordo a todo, ausente… Luego, sin una mirada para el nuevo rey de reyes, se escabullo hacia la salida.
El encargado de la cortina le alcanzo jadeando al final de la antesala. El soberano deseaba recibirle al dia siguiente al amanecer.
– ?Habre perdido ya al maestro y al amigo? -dijo Ormuz al recibirle-. Ayer se habria dicho que la cara de onagro de Kirdir estaba mas alegre que la tuya y mi hermano Bahram menos desolado. ?Tienes miedo de todas las victorias? ?Desconfias de todas las dichas?
Mani se mostro contrito y lo estaba, ya que desde su primer encuentro, treinta anos antes, a las orillas del Indo, Ormuz jamas habia tenido para el otra cosa que el mas sincero afecto, aunque tuviera que pelearse por su causa con la tierra entera.
– Mi actitud no tiene otra explicacion que la extrema sorpresa. El Cielo nos ha hecho un regalo, a mi, a Denagh, a todos los mios y al Imperio entero. Temiamos el reinado de la persecucion y obtenemos el de la generosidad. ?No hay motivo para aturdimos de felicidad?
– ?Tu companero celeste no te habia advertido?
– No me habia dado ninguna esperanza.
– Sin duda no querria privarte de la alegria de la sorpresa.
Aunque hubiera cumplido ya cincuenta anos, Ormuz tenia en los ojos un candor de nino que suscitaba una inmensa ternura en el hijo de Babel.
– ?Ahora que ya paso la sorpresa, podras manifestarme tu alegria!
– ?Acaso puede dudar de ella el senor del Imperio?
Ormuz paseo su mirada ostensiblemente por la habitacion vacia.
– ?Es a mi a quien hablas asi, Mani? ?El senor del Imperio! En las sesiones publicas es conveniente que te dirijas a mi con esas palabras, pero cuando estemos solos te ordeno, como senor del Imperio, que me hables como siempre lo has hecho. ?Por todos los Cielos! ?Intentas realmente alejarte de mi en el momento en que mas necesito tu presencia, tu amistad y tus consejos? Mi padre tenia razon en llamarte desertor, eso es lo que eres. Pero yo no tendre tanta paciencia como el, ni el mismo dominio de mi mismo. Quiero que me digas en este instante, por tu honor, y en nombre de Aquel que te ha hecho Mensajero, si vas a ser o no el amigo, el sosten, la inspiracion y la Luz de mi reinado, hasta el ultimo balbuceo de tu vida. ?Respondeme o desaparece para siempre y que yo no vuelva a oir jamas tu nombre ni el de tus allegados!
– Ormuz, tu eres el amigo que me ha defendido contra la injusticia del mundo. Aunque tu mano me golpeara de muerte, no la maldeciria.
– ?Golpearte? ?Mi mano?
El rey de reyes tenia los ojos llenos de lagrimas.
Tomo la mano de Mani y se la llevo a los labios, como lo habia hecho ya algunas veces en el pasado. ?Pero entonces no era el rey de reyes!
– ?Tu companero celeste te dijo que desconfiaras de mi?
– No, Ormuz, con que solo hubiera mencionado tu nombre, mis inquietudes se habrian calmado.
– ?Y ahora sigues estando inquieto?
– Jamas he dudado de ti.
– La hora de la duda ha pasado, Mani, y tambien la de la indecision. Tenemos que construir juntos. Desde esta noche, hare anunciar por la voz de los heraldos que el rey de reyes abraza la fe de Mani.
– ?No, Ormuz! Asi fue como erramos el camino tu padre y yo. Espere demasiado de el y el espero demasiado de mi. Ese no es el camino razonable. Un dia, tu querras hacerme tomar decisiones de rey y yo querre hacerte adoptar escrupulos de Mensajero. Y vendra la amargura, y nos convertiremos en extranos el uno para el otro, quiza en enemigos. Sin haberlo deseado jamas, te encontraras matando a aquel que amas. Luego, me lloraras con lagrimas sinceras. No, Ormuz, no me empujes a cometer dos veces el mismo error, el Cielo no me perdonaria un nuevo fracaso.
– Un dia me dijiste que el reinado de la Luz no habia podido coincidir con el de Sapor; esperaba que coincidiera con el mio.
– No se trata de ti, Ormuz, ni de Sapor ni de mi. La culpa es del siglo. Por todas partes se alzan a nuestro alrededor los sectarios de los dioses celosos, y mi voz es la de la divinidad generosa. Durante mucho tiempo aun, mi fe sera la de un punado de Elegidos desprendidos de las cosas del mundo. El Imperio no puede abrazarla. Pero podemos construir muchas cosas juntos si cada uno de nosotros desempena su cometido: si tu gobiernas con justicia, si actuas por el bien de tus subditos, como lo has jurado, y preservas la libertad de creencia para todos; y si yo, por mi parte, con los discipulos que se han unido a mi Esperanza, me esfuerzo en ensenar la Luz a las naciones.
– ?Eso nos impedira seguir siendo amigos?
– Fui el amigo del gran rey de Armenia, ?por que no puedo ser el amigo del senor del Imperio? Cada vez que lo desees, nos veremos a solas como esta manana, hablaremos del mundo y de los Jardines de Luz, de pintura, de medicina y de armonia, pero en el mismo instante en que abandone el palacio volvere a ser el Mensajero y nada mas, y tu volveras a ser el rey de reyes, cada uno por su camino, con sus propias armas y sus propias cargas.
En los meses que siguieron, la fe de Mani tuvo una espectacular expansion por todo el Imperio y mas alla. Un gran numero de caballeros, magos hostiles a los dogmas de Kirdir y gentes de todas las castas se unieron a los Elegidos, como adeptos o como simples oyentes. El Mensajero no se explicaba este subito progreso. La simpatia evidente de Ormuz era una de las razones, unida al afecto de la gente por su nuevo soberano que se habia revelado clemente y firme al mismo tiempo, y cuya presencia en el trono parecia derramar, por algun sortilegio bendito, abundancia y felicidad. No habia epidemias, ni hambre, ni inundaciones destructoras, ni ninguna de esas calamidades que causan tantos estragos. Anunciaban el reinado los mejores augurios.
Los preparativos de la coronacion habian sido generosos, incluso dispendiosos, pero el pueblo no se quejaba; se habia tenido cuidado de distribuir entre los pobres lo suficiente para festejarla dignamente. Al acercarse el Noruz, Ormuz se impacientaba. Todas las mananas, antes de las audiencias, llamaba a Mani para confiarle sus entusiasmos de la vispera y sus esperas. ?Hubiera deseado tanto que hiciera el viaje hasta Persida junto a el! Pero el hijo de Babel le persuadio de que le dispensara de ello; su sitio no estaba en semejante ceremonia.
El lugar era una garganta entre dos acantilados. Alli era donde Artajerjes y luego Sapor habian hecho grabar en la roca las imagenes de su coronacion. A algunos pasos de los fundadores, una superficie virgen y lisa estaba preparada para conservar la marca del nuevo soberano, el tercero del linaje sasanida. De una punta a otra del corredor sagrado, el suelo pedregoso estaba cubierto de alfombras, y la pared rocosa, hasta la altura de tres hombres, revestida con colgaduras de seda estampada con los emblemas de la dinastia: sol, fuego, luna, machos cabrios, onagros, perros, leones y jabalies. En medio, en un lugar donde el desfiladero se ensanchaba haciendose mas luminoso, se habia levantado un estrado, cuyos lados formaban una suave pendiente hasta llegar al suelo. Y sobre el estrado, un trono vacio.
Desde ambos lados del desfiladero, avanzaba un cortejo. Uno conducido por Ormuz, a caballo. Su larga cabellera rizada se desbordaba bajo una corona en forma de casco, rematada por una esfera a la que estaban atadas cintas de colores que revoloteaban hacia atras, el aro que cenia su barba era ahora de oro y perlas. Le seguian, pero a distancia, los oficiales de su guardia, los principes de sangre real, los familiares y los musicos, y despues, todos los cortesanos; del otro lado llegaban los magos con Kirdir a la cabeza. Seria el quien, en el espacio de una uncion, sustituiria al Altisimo, a Ahura Mazda, para conferir al monarca la dignidad suprema.