Libro cuarto. UN POETA EN EL MAR
El Cielo es el jugador y nosotros solo los peones.
Es la realidad y no una figura retorica.
En el ajedrez del mundo nos coloca y descoloca.
Luego, subitamente, nos lanza al pozo de la nada.
Omar Jayyam
E n el crepusculo ocre de un jardin rodeado de tapias, una multitud quejumbrosa. ?Como reconocer a Baskerville? ?Todos los rostros son tan morenos! Me apoyo contra un arbol para esperar y observar. En el umbral de una cabana iluminada, un teatro improvisado. El roze-jwan narrador y planidero provoca las lagrimas de los fieles, y sus aullidos, y su sangre.
Un hombre sale de la sombra, voluntario del dolor. Pies descalzos, torso desnudo, dos cadenas enrolladas a sus manos; las lanza al aire, las deja caer por encima de sus hombros, sobre su espalda; los hierros son lisos, la piel se magulla, se machaca, pero resiste, hacen falta treinta, cincuenta golpes para que aparezca la primera sangre, salpicadura negra que se extiende en chorros fascinantes. Teatro de sufrimiento, juego milenario de la pasion.
La flagelacion se hace mas vigorosa, acompanada de un soplido ruidoso al que la gente hace eco, los golpes se repiten, el narrador alza la voz para ahogar su martilleo. Surge entonces un actor, amenaza a la asistencia con su sable, con sus muecas provoca las imprecaciones. Luego, algunas andanadas de piedras. No permanece en escena mucho tiempo; pronto aparece su victima. La multitud lanza un aullido. Yo mismo no puedo reprimir un grito. Porque un hombre rueda por tierra, decapitado.
Me vuelvo horrorizado hacia el reverendo, que me tranquiliza con una fria sonrisa y susurra:
– Es un viejo truco. Traen a un nino o a un hombre de pequena estatura, le sujetan sobre la cabeza la cabeza cortada de un cordero, colocada de forma que el cuello sanguinolento este hacia arriba y tapan todo con una sabana blanca agujereada en el sitio conveniente. Como puede ver, el efecto es sobrecogedor.
Aspira una bocanada de su pipa. El decapitado brinca y da vueltas por el escenario durante un rato, antes de ceder el sitio a un extrano personaje anegado en llanto.
?Baskerville! De nuevo pregunto al reverendo con la mirada, pero el se limita a levantar las cejas enigmaticamente.
Lo mas extraordinario es que Howard va vestido como un americano; lleva incluso una chistera, que a, pesar de la tragedia ambiente resulta de una comicidad irresistible.
Sin embargo, la gente grita y se lamenta y, que yo vea, no hay en ningun rostro la menor sombra de regocijo. Salvo quiza en el del pastor, que al fin se digna aclararme:
– En estas ceremonias funebres hay siempre un personaje europeo y curiosamente forma parte de los «buenos». La tradicion quiere que un embajador franco en la corte omeya se conmueva con la muerte de Hussein, martir supremo de los chiies, y que manifieste tan escandalosamente su reprobacion del crimen que el mismo sea a su vez asesinado. Por supuesto, no tienen siempre a mano a un europeo para hacerle subir al escenario y entonces ponen a un turco o a un persa de tez clara. Pero desde que Baskerville esta en Tabriz, recurren a el constantemente para ese papel. Lo interpreta de maravilla ?y llora de verdad!.
En ese instante vuelve el hombre del sable y da vueltas en tono a Baskerville armando mucho jaleo. Este ultimo se queda inmovil, se quita el sombrero de un papirotazo dejando al descubierto sus cabellos rubios cuidadosamente peinados con una raya a la izquierda y luego, con una lentitud de automata, cae de rodillas y se tira al suelo. Un destello ilumina su rostro de nino imberbe y sus pomulos brillantes de lagrimas y una mano cercana lanza sobre su traje negro un punado de petalos.
Ya no oigo a la gente, tengo los ojos clavados en mi amigo y espero con angustia a que se levante. La ceremonia me parece interminable. Me urge recuperarlo.
Una hora despues nos encontramos en la Mision alrededor de una sopa de granadas. El pastor nos dejo solos. Un silencio incomodo nos hacia compania. Baskerville tenia aun los ojos rojos.
– Reconstruyo lentamente mi alma de occidental -se excuso con una sonrisa rota.
– Tomatelo con calma. El siglo no ha hecho mas que empezar,
Carraspeo, se llevo a los labios el tazon caliente y se perdio de nuevo en una silenciosa contemplacion.
Luego, dijo penosamente.
– Cuando llegue a este pais no conseguia comprender que unos hombretones barbudos sollozaran y se afligieran por un crimen cometido hace mil doscientos anos. Ahora he comprendido. Si los persas viven en el pasado, es porque el pasado es su patria, porque el presente es para ellos una region extranjera donde nada les pertenece. Todo lo que para nosotros es simbolo de vida moderna, la expansion liberadora del hombre, es para ellos simbolo de dominacion extranjera: las carreteras son Rusia, el tren, el telegrafo, la banca, son Inglaterra; Correos es Austria-Hungria…
– …Y la ensenanza de las ciencias es el senor Baskerville de la Mision presbiteriana americana.
– Justamente. ?Que eleccion tiene la gente de Tabriz? Dejar a sus hijos en la escuela tradicional, donde balbucearan durante diez anos las mismas frases informes que sus antepasados balbuceaban ya en el siglo XII; o bien enviarlos a mi clase donde obtendrian una ensenanza equivalente a la de los pequenos americanos, pero a la sombra de una cruz y de una bandera estrellada. Mis alumnos seran los mejores, los mas capaces, los mas utiles a su pais, pero ?como impedir que los otros los miren como a renegados? Desde la primera semana de mi estancia me formule esta pregunta y fue en el transcurso de una ceremonia como la que acabas de presenciar cuando encontre la solucion. Me habia mezclado con el gentio, en torno a mi estallaban los gemidos. Observando esas caras desconsoladas, descompuestas, mirando esos ojos espantados, extraviados y suplicantes. Y se me revelo toda la miseria de Persia, almas envueltas en harapos y acosadas por duelos infinitos. Y sin que me diera cuenta, mis lagrimas comenzaron a brotar. Los asistentes se dieron cuenta, me miraron, se conmovieron, me empujaron al escenario y me hicieron representar el papel del embajador franco. Al dia siguiente, los padres de mis alumnos vinieron a mi casa; estaban contentos de poder responder, de ahi en adelante, a aquellos que les reprochaban que enviaran a sus hijos la Mision presbiteriana: «Yo he confiado mi hijo al maestro que ha llorado por el iman Hussein.» Algunos jefes religiosos estaban irritados, su hostilidad hacia mi se explica por mi exito. Prefieren que los extranjeros se parezcan a extranjeros.
Yo comprendi mejor su comportamiento, pero mi escepticismo no se habia desvanecido.
– ?Entonces, para ti, la solucion de los problemas de Persia es unirse a la cohorte de planideros!
– Yo no he dicho eso. Llorar no es un remedio. Ni una habilidad. Es solo un gesto puro, ingenuo, compasivo. Nadie debe forzarse a derramar lagrimas: lo unico importante es no despreciar la tragedia de los demas. Cuando me vieron llorar, cuando me vieron desprenderme de mi soberana indiferencia de extranjero, vinieron a decirme en tono confidencial que llorar no sirve de nada, que Persia no necesita mas planideros y que lo mejor que podia hacer era prodigar a los hijos de Tabriz la ensenanza adecuada.
– Sabias palabras. Yo iba a decirte lo mismo.
– Solo que si no hubiera llorado, ni siquiera habrian venido a hablarme. Si no me hubieran visto llorar, no me habrian dejado decir a los alumnos que este shah esta corrompido y que los jefes religiosos de Tabriz apenas son mejores.
– ?Has dicho eso en clase!
– Si, he dicho eso; yo, el joven americano sin barba, el maestrillo de la escuela de la Mision presbiteriana, he fustigado a la corona y a los turbantes, y mis alumnos me han dado la razon y sus padres tambien. ?Solo el reverendo estaba indignado!
Viendome perplejo, insistio:
– Tambien he hablado de Jayyam a los muchachos. Les dije que millones de americanos y de europeos habian elegido sus Ruba'iyyat como libro de cabecera.
Les hice aprenderse de memoria los versos de Fitzgerald. Al dia siguiente, un abuelo vino a verme emocionado aun por lo que su nieto le habia contado. Me dijo: «?Nosotros tambien respetamos mucho a los poetas americanos!» Por supuesto, habria sido incapaz de nombrarme uno solo, pero ?que importa! era para el una forma de expresar orgullo y agradecimiento. Desgraciadamente, todos los padres no han reaccionado asi y uno de ellos vino a quejarse. En presencia del pastor me lanzo: «Jayyam era un borracho y un impio!» Yo le respondi: «?Al decir esto no esta insultando a Jayyam, sino haciendo un elogio de la embriaguez y de la impiedad!» El reverendo por poco se atraganta. Howard se reia como un nino. Era incorregible pero desarmaba.
– ?Asi que reivindicas alegremente todo aquello de lo que se te acusa! ?No seras ademas un «hijo de Adan»?
– ?Tambien te ha dicho eso el reverendo? Tengo la impresion de que habeis hablado mucho de mi.
– No teniamos ningun otro conocido comun.
– No voy a ocultarte nada; tengo la conciencia tan pura como el aliento de un recien nacido. Hace dos meses aproximadamente un hombre vino a verme. Era un gigante bigotudo, pero timido. Me pregunto si podia dar una conferencia en la sede del «anyuman», el club del que era miembro. ?Sobre que tema? No lo adivinarias jamas. ?Sobre la teoria de Darwin! En la atmosfera de efervescencia politica que reina en este pais encontre el asunto divertido y conmovedor, y acepte. Reuni todo lo que pude encontrar sobre el sabio, expuse las tesis de sus detractores y creo que mi actuacion fue aburrida, pero la sala estaba llena y se me escucho religiosamente. Desde entonces, he ido a otras reuniones dedicadas a los temas mas diversos. Hay en esas personas una inmensa sed de saber. Son tambien los partidarios mas acerrimos de la Constitucion. Suelo pasarme por su sede para enterarme de las ultimas noticias de Teheran. Deberias conocerlos. Suenan con el mismo mundo que tu y que yo.