Evidentemente, Andr?-Louis era el due?o del viento. Sus peligrosas dotes oratorias -un don que en ninguna parte es m?s poderoso que en Francia, pues s?lo all? las emociones del hombre responden con tanta vehemencia a la llamada de la elocuencia- le hab?an dado ese poder?o. A una orden suya, el torbellino har?a a?icos aquel molino contra el cual antes hab?a luchado en vano. Pero eso francamente no entraba en sus planes.

– ?Esperad! -orden?-. ?Acaso es digno de vuestra noble indignaci?n ese instrumento miserable de un sistema corrompido?

Andr?-Louis confiaba en que sus palabras fueran comunicadas al se?or de Lesdigui?res. Pens? que era bueno para el alma del procurador del rey que por una vez al menos pudiera o?r la pura verdad sobre su persona.

– Es el sistema en s? lo que debemos atacar y derribar, no a un mero instrumento. Si nos precipitamos podemos echarlo todo a perder. ?Ante todo, hijos m?os, nada de violencia!

?«Hijos suyos»! ?Si lo hubiese o?do su padrino!

– Ya hab?is visto los funestos resultados de la violencia prematura por doquier en Breta?a, sin contar lo que o?mos acerca de lo que ocurre en toda Francia. Nuestra violencia provocar?a la de ellos. Eso les vendr?a como anillo al dedo para consolidar su poder. Enviar?an a sus militares. Estar?amos frente a las bayonetas de los mercenarios. Os ruego que no provoqu?is eso. No les facilit?is las cosas, no les deis el pretexto que est?n esperando para hundirnos en el barro de nuestra propia sangre.

Del absoluto silencio que ahora reinaba en la plaza, s?bitamente brot? un grito:

– Y entonces, ?qu? hacemos?

– Voy a dec?roslo -contest? Andr?-Louis-. La riqueza y el poder de Breta?a est?n ligados a Nantes, una ciudad burguesa, una de las m?s pr?speras del reino gracias a la energ?a de la burgues?a y al trabajo del pueblo. Fue en Nantes donde naci? este movimiento, a resultas del cual, el rey orden? la disoluci?n de los Estados tal como est?n ahora constituidos. Una orden que aquellos que basan su poder en los privilegios y en el abuso no vacilan en desobedecer. Dejad que en Nantes conozcan la verdadera situaci?n en que nos encontramos. Al contrario que Rennes, Nantes tiene el poder de hacer que su voluntad prevalezca. Dejemos que Nantes ejerza una vez m?s ese poder y, mientras tanto, esperemos. As? triunfar?is. As?, los ultrajes, los cr?menes que se han perpetrado ante vuestros ojos, ser?n al fin vengados.

Tan abruptamente como antes subi? al pedestal, Andr?-Louis baj? de la estatua. Hab?a terminado. Hab?a dicho todo -tal vez m?s de lo que se propon?a decir- en nombre del amigo muerto que hablaba por su boca. Pero la gente no quiso que aquello acabara as?. Las aclamaciones hicieron temblar el aire. Hab?a jugueteado con las emociones de la gente como un arpista hace con las cuerdas de su instrumento. Y ahora todos vibraban de pasi?n, como en una sinfon?a cuya nota final era la esperanza.

Una docena de estudiantes cargaron en hombros al delgado Andr?-Louis haci?ndolo aparecer otra vez por encima de la clamorosa muchedumbre.

Le Chapelier se mantuvo junto a ?l, con el rostro enrojecido y los ojos brillantes.

– Muchacho -le dijo-, hoy has encendido una hoguera que iluminar? el rostro de Francia con un fulgor de libertad.

Y entonces, dirigi?ndose a los otros estudiantes, a?adi?:

– ?Al Casino Literario! ?Enseguida! Tenemos que tomar medidas inmediatamente; hay que enviar un delegado a Nantes para que les lleve a nuestros amigos de all? el mensaje del pueblo de Rennes.

El gent?o retrocedi?, abri?ndole paso al grupo de estudiantes que llevaban en hombros al h?roe del momento. Haci?ndoles se?ales con la mano, Andr?-Louis pidi? a la gente que se dispersara. Deb?an regresar a sus hogares y aguardar all? pacientemente lo que suceder?a dentro de poco.

– Durante siglos enteros hab?is soportado la carga con una fortaleza que es un ejemplo para el mundo -dijo halag?ndolos-. Resistid un poquito m?s. El final est? a la vista, amigos m?os.

Siempre a hombros del peque?o grupo de estudiantes, Andr?-Louis sali? de la plaza y subi? por la calle Real hasta llegar a una antigua casa, una de las pocas que hab?an sobrevivido al incendio de la ciudad. En el piso superior de aquella casa ten?an lugar habitualmente las sesiones del Casino Literario. All? estaban todos los miembros de la sociedad convocados por un mensaje previo de Le Chapelier.

Cuando se cerr? la puerta, unos cincuenta hombres, j?venes en su mayor?a, excitados con la ilusi?n de la libertad, recibieron a Andr?-Louis como a la oveja descarriada, colm?ndole de felicitaciones.

Mientras las puertas de abajo permanec?an custodiadas por una guardia de honor formada por hombres del pueblo, en el piso de arriba comenzaron las deliberaciones sobre las medidas que deb?an adoptar inmediatamente. La guardia de honor result? realmente necesaria, pues nada m?s empezar a hablar los miembros del Casino, la casa fue asaltada por los gendarmes que Lesdigui?res envi? con orden de arrestar al revolucionario que hab?a incitado al pueblo de Rennes a la sedici?n. La fuerza enviada era de unos cincuenta hombres, pero quinientos hubieran sido pocos. La muchedumbre rompi? sus carabinas, y hasta alguna cabeza. Poco acostumbrados a aquel estallido popular, los gendarmes se retiraron prudentemente. De lo contrario, los hubieran hecho pedazos a todos.

Mientras esto ocurr?a en la calle, en el sal?n del piso de arriba, Le Chapelier se dirig?a a sus colegas del Casino Literario. All?, sin temor a las balas, ni a nadie que pudiera informar de sus palabras a las autoridades, Le Chapelier dio rienda suelta a su oratoria. Su discurso era tan directo y brutal como delicado y elegante era ?l.

Elogi? el vigor y la grandeza del discurso del amigo Moreau. Sobre todo, alab? su buen tino. Las palabras de Moreau los hab?an cogido a todos por sorpresa, pues hasta entonces le consideraban el cr?tico m?s feroz de sus proyectos de reforma y regeneraci?n. Eso sin contar el recelo que despertaba en ellos su nombramiento como delegado de un noble en los Estados de Breta?a. Pero ahora conoc?an la raz?n de su conversi?n. El asesinato de su amigo Vilmorin hab?a originado aquel cambio. En aquel crimen brutal, Moreau hab?a descubierto finalmente la verdadera magnitud de aquel mal que ellos hab?an jurado expulsar de Francia. Y acababa de demostrarles que era el m?s ferviente ap?stol de la nueva fe. Les hab?a mostrado el ?nico camino razonable. El ejemplo tomado de la Historia Natural era el m?s indicado. Ten?an que unirse, como los lobos, asegurando la uniformidad de acci?n del pueblo; y enviar inmediatamente un delegado a Nantes, que era la ciudad m?s poderosa de Breta?a. Le Chapelier invit? a sus compa?eros a elegir al delegado.

Andr?-Louis, sentado cerca de la ventana, apenas reaccionaba, escuchando confuso aquella cascada de elocuencia.

Cuando acabaron los aplausos, oy? una voz que exclamaba:

– ?Propongo como delegado a nuestro l?der Le Chapelier!

Le Chapelier ech? hacia atr?s su cabeza elegantemente peinada, que hasta ese momento manten?a inclinada, como meditando, y su rostro palideci?. Nerviosamente afirm? los lentes de oro sobre su nariz.

– Amigos m?os -dijo pausadamente-. Me siento profundamente honrado, pero si aceptara, usurpar?a un honor que corresponde a otro. ?Qui?n puede representarnos mejor, qui?n es el m?s indicado para hablar con nuestros amigos de Nantes, en nombre del pueblo de Rennes, que el campe?n que hoy ha sido capaz de interpretar a la perfecci?n la voz de esta gran ciudad? Debemos conceder el honor de ser nuestro mensajero a quien le pertenece: a Andr?-Louis Moreau.

Levant?ndose en respuesta a la salva de aplausos que acogi? esta proposici?n, Andr?-Louis inclin? ligeramente la cabeza aceptando:

– Que as? sea -dijo-. Quiz? me corresponda terminar lo que he comenzado, aunque tambi?n pienso que Le Chapelier hubiera sido un digno representante. Partir? esta noche.

– Partir?s en el acto, muchacho -dijo Le Chapelier revelando el verdadero origen de su generosidad-. Despu?s de lo sucedido aqu?, est?s en peligro. Debes partir secretamente. Ninguno de nosotros debe decir a nadie bajo ning?n concepto que te has ido. No me gustar?a que sufrieras ning?n da?o a causa de esto, Andr?-Louis. Pero debes ser consciente del riesgo que corres y, si realmente deseas ayudarnos a salvar a nuestra afligida madre patria, act?a con cautela, siempre en secreto, incluso oculta tu identidad. O de lo contrario, el se?or de Lesdigui?res te echar? el guante y entonces estar?s perdido.

CAP?TULO VIII Omnes Omnibus

Andr?-Louis sali? de Rennes a caballo meti?ndose en una aventura m?s complicada de lo que hab?a pensado al dejar la so?olienta aldea de Gavrillac. Pas? la noche en una posada del camino, de la que sali? a primera hora de la ma?ana para llegar a Nantes al atardecer del siguiente d?a.

Mientras cabalgaba a trav?s de las anodinas llanuras de Breta?a, tuvo tiempo para pasar revista a todo lo que hab?a hecho y a su actual situaci?n. A pesar de su inter?s estrictamente acad?mico en la nueva filosof?a que pretend?a cambiar el orden social y las escasas simpat?as que despertaba en ?l, s?bitamente se hab?a convertido en un revolucionario revoltoso, encargado de propagar heroicamente la acci?n revolucionaria. De representante y delegado de un noble en los Estados de Breta?a, hab?a pasado del modo m?s absurdo a ser representante y delegado del Tercer Estado de Rennes.

Era dif?cil determinar hasta qu? punto, en medio del torrente de su oratoria y en el calor del momento hab?a podido llegar a autosugestionarse. Pero lo cierto era que ahora, al mirar fr?amente hacia atr?s, no pod?a enga?arse acerca de lo que hab?a hecho. C?nicamente, hab?a presentado a quienes le escuchaban s?lo un aspecto de la gran cuesti?n que se debat?a.

Pero ya que el desorden reinante en Francia serv?a de baluarte al se?or de La Tour d'Azyr, d?ndole total inmunidad para cometer cualquier crimen, aquel estado de cosas tendr?a que asumir las consecuencias de su injusticia. As? justificaba Andr?-Louis sus actos. Y gracias a eso no se arrepent?a de llevar su mensaje de sedici?n a la bella ciudad de Nantes, cuyas amplias calles y espl?ndido puerto la convert?an en pr?spera rival de Burdeos y Marsella.

En el muelle La Fosse encontr? una posada, donde dej? su caballo y cen? junto a una ventana desde la que ve?a los barcos de todas las naciones anclados en el estuario del Loira. La p?lida luz del sol se reflejaba en las amarillas aguas del r?o y en los m?stiles de los buques.

Por los muelles la vida bull?a con una efervescencia que s?lo pod?a verse en los muelles de Par?s. Andr?-Louis vio marineros de pa?ses lejanos, ex?ticamente vestidos, hablando lenguas extra?as; corpulentas pescaderas con cestos llenos de sardinas sobre las cabezas y voluminosas faldas arrolladas hasta los muslos, pregonando su mercanc?a; barqueros con gorros de lana y calzones remangados hasta la rodilla, campesinos con chaquetas de piel de cabra y chanclos de madera que sonaban ruidosamente sobre el empedrado; carpinteros de ribera y peones de los astilleros, reparadores de fuelles, cazarratas, aguadores, vendedores de tinta y otros buhoneros ambulantes. Y desparramados en aquella masa proletaria que hormigueaba constantemente, tambi?n vio a industriales sobriamente ataviados, a mercaderes con largas casacas, y a alg?n que otro comerciante en su coche tirado por dos caballos abri?ndose paso entre el gent?o a los gritos de «?Cuidado!» de su cochero. Tambi?n de vez en cuando pasaba alguna dama en su silla de manos, o un abate remilgado, o un oficial uniformado de rojo montando a caballo con aire desde?oso. Y, por supuesto, no falt? la gran carroza de un noble con blasones en las portezuelas, y el lacayo subido en el estribo posterior, con su librea resplandeciente y la peluca empolvada. Tambi?n vio capuchinos de h?bito casta?o y benedictinos vestidos de negro, y much?simos curas -Dios estaba bien servido en las diecis?is parroquias de Nantes-, y en contraste con ellos, aqu? y all?, andrajosos aventureros y gendarmes uniformados de azul y con polainas, guardianes de la paz.