Luego, pronuncio la sentencia:

– Maleo, pasaras entre tus «hermanos» con un tazon donde cada uno de ellos te echara el hueso de un datil que se haya comido. Ese sera tu unico aumento. A continuacion, vendras a mostrarme el tazon vacio. Puesto que el datil te ha arrastrado al pecado, vas a poder apreciar, mas alla de su dulce sabor, su realidad osea.

Un regocijado alboroto siguio a la sentencia, aunque pronto se fue apagando. En aquella asamblea que tanto se preocupaba de rehuir los alimentos prohibidos, las comidas se acompanaban de un ritual lleno de gravedad. Que lejos se estaba alli de los banquetes de Nabu, de Dioniso o de Mitra, de esos festines orgiasticos en los que el cuerpo se convierte en templo para celebrar ruidosamente todos los sabores de la tierra. El refectorio era un lugar sombrio donde cualquier placer, por ser culpable, debia compensarse con privaciones. Mientras uno de los «hermanos» leia algun texto santo, los adeptos, encaramados en unos bancos altos y obligados por ello a doblar el cuello, como cisnes, encima de las mesas, cogian los alimentos entre el pulgar y el indice y los introducian en un tazon de agua, salmodiando a cada bocado: «?Marame barej!», «?Senor, te pedimos tu bendicion!».

Asi fue como Maleo, en medio de un concierto de murmullos, paso con su escudilla y cada uno de los «hermanos» le dio de limosna un hueso, sin decir palabra, pero con gestos de rumiantes ofendidos y desdenosos. Uno de aquellos virtuosos personajes, al darse cuenta de que el hueso que acababa de depositar era demasiado pequeno, se apresuro a anadir otro, satisfecho de no haber fallado en su papel de justiciero.

Mani fue el unico que se distinguio de todos ellos. En el momento de depositar su obolo, metio resueltamente los dedos en la escudilla y agarro un buen punado de huesos que se metio furtivamente en el bolsillo, haciendo una mueca bondadosa y consoladora. Maleo, por su parte, guardandose mucho de manifestar su agradecimiento, volvio a su sitio y dio comienzo a su incongruente comida. Pero, al saber que en esa asamblea contaba con un amigo, su corazon se sintio aliviado. Le parecio que los huesos habian conservado un regusto dulce y que eran exquisitamente crujientes. Algunos «hermanos» observaron su aspecto sereno, poco arrepentido y, en algunos momentos, hasta impudicamente regocijado, y pensaron que estaba poseido por el diablo.

Mas que gratitud, fue una verdadera devocion lo que Maleo sintio desde ese dia por su joven bienhechor. Se prometio seguirle a todas partes, protegerle contra todos, soportar en su lugar mil flagelaciones e innumerables dias de ayuno. Por algunos huesos de datil escamoteados, por una mueca vagamente complice, estaba dispuesto a compartir con Mani lo mas valioso que poseia en el mundo.

Al dia siguiente del incidente, en el momento en que la comunidad se reunia en la Santa Casa para el culto del alba, Maleo acudio con entusiasmo. Sabia que deberia, una vez mas, mascullar el interminable ritual, pero no le importaba. Ese dia, un amigo estaria alli, repitiendo en el mismo instante, en la misma sala fria e inhospita, los mismos gestos. A la salida, fueron caminando juntos y el tirio, en cuanto se alejaron de los otros «hermanos», le pregunto con gravedad:

– Si te digo mi secreto, ?prometes no traicionarme jamas?

Mani se sintio irritado. Si bien comprendia facilmente que Maleo fuera a la busqueda de un amigo, a el le era indiferente. Al cabo de tantos anos vividos entre los Tunicas Blancas, habia conseguido forjarse una soledad, una querida e irreemplazable soledad con la que se envolvia como si fuera una cota de mallas. Compartirla era perderla. Deseaba poder volver, cada vez que tuviera la ocasion, a su discreta guarida, solo, sin otra compania que el mismo. ?Por que permitir que un ronroneo humano le machacara los oidos? No queriendo herir al adolescente, que con tanta frecuencia era el chivo expiatorio de Sittai y de tantos otros «hermanos», esbozo una sonrisa amable, pero evito responderle y apresuro el paso. A pesar de todo, el tirio se aferraba a el, le perseguia, se ponia delante, detras, dando saltitos con una pierna y luego con la otra, infatigable y sordo a todas las reticencias:

– ?Promete que no vas a denunciarme!

Esta vez, Mani se encogio de hombros, diciendo con impertinencia y con el tono del que no se acuerda ya de que se trata:

– ?Denunciarte? ?Acaso he denunciado alguna vez a alguien?

Aparentemente tranquilizado, Maleo recobro el aliento antes de decir de un tiron como si se tratara de una sola palabra:

– Conozco-a-una-mujer.

Luego, con la boca abierta, espero la avalancha de preguntas que su joven amigo no dejaria de lanzar sobre el.

Pero no. Mani no tuvo ni un sobresalto de sorpresa ni profirio la menor exclamacion. ?Acaso Maleo se molesto o se sintio desanimado? Todo lo contrario. La impasibilidad de su companero le parecio la expresion del mas completo asombro. Le creyo subyugado, anonadado de sorpresa y admiracion, sintio que su triunfo estaba cerca y se entusiasmo:

– No permanecere mucho tiempo en este maldito palmeral. En cuanto cumpla quince anos, me marchare. Ella vendra conmigo y nos iremos a vivir a Ctesifonte. Alli encontrare un empleo de dependiente con algun mercader tirio o palmireno. Acompanare a las caravanas a Egipto, a la India y a Armenia. La estoy viendo, bella como una estatua griega, envuelta en un largo vestido de seda bordada en oro y pedreria, descendiendo lentamente la escalera de mi palacio de Ctesifonte, rodeada de doce esclavas blancas y negras.

Saliendo de su silencio, Mani entro un instante en el juego de su interlocutor, solo para sembrar una duda:

– ?Como has hecho para construirte un palacio, tu que solo eres un dependiente de un mercader de Ctesifonte?

Pero Maleo necesitaba mucho mas para desconcertarse:

– No sere dependiente mucho tiempo; pronto tendre mi propio negocio, con agentes en Antioquia, en Palmira, en Petra, en Deb, en Berenice… Entonces podre construirme un palacio en Ctesifonte y otro en Tiro. Y un tercero, si quiero, en las montanas de Media, donde instalare a la dama cada vez que ella quiera huir de los grandes calores y de las epidemias.

Ya no pasaba un dia sin que Maleo hablara de «la dama» con las palabras mas exquisitas, y con frecuencia tambien, las mas ampulosas. Y si bien Mani no le animaba, si evitaba siempre interrogarle sobre ella, sobre su nombre o su edad, ya no manifestaba la misma indiferencia. Le escuchaba a menudo con atencion y compartia algunas de sus emociones; y a veces, cuando el tirio bogaba por sus parlanchines ensuenos, se embarcaba con el en silencio. Tambien el pensaba en la dama y se sorprendia, en su soledad, queriendo adivinar a que podria parecerse, y bajo que arboles habria podido Maleo conocerla.

Ambos solian ir, como todos los «hermanos», al mercado del pueblo vecino para vender los productos de la comunidad. Era el unico lugar donde tenian la oportunidad de encontrarse con mujeres, la mayoria de las veces campesinas con siluetas de calabaza, cargadas con canastos y golpeando el suelo con paso dolorido. Por otra parte, miraban con desprecio a los Tunicas Blancas, esos hombres que no eran hombres, esos seres flacos de palidas mejillas, que, ano tras ano, amasaban el oro de sus abundantes cosechas sin que jamas mujer ni hijo gozaran de el, esa horda huidiza e indeseable a la cual se atribuian los peores vicios y las practicas mas inconfesables.

Verdad es que algunas, al ver a Mani solo, en cuclillas, rodeado de sus mercancias, pensativo y miserable, se compadecian de el, le tocaban la frente diciendo «hijo mio» y, finalmente, le compraban sus ultimos nisperos con su ultimo pashiz de cobre o de estano. El «hijo» se esforzaba por tener un aire ausente, pero su ternura le encendia el pecho. ?Hubiera deseado tanto retener algunos instantes mas aquellos ojos llenos de arrugas que le habian sonreido!

A veces las acompanaban mujeres mas jovenes, de doce o trece anos. Iban pintadas y tenian esos andares a ratos artificiosos, a ratos sumisos o traviesos, tan caracteristicos de aquellas cuya infancia se acaba, cuya suerte esta echada, de aquellas que al ano siguiente estaran encintas y pesadas, y que, al otro ano, se confundiran con sus madres. Contra ellas, sobre todo, Sittai solia prevenir a los «hermanos»: «No cojais nada de su mano, no os senteis en el lugar donde ellas han podido sentarse, y sobre todo, no os pareis a mirarlas, son bellas el tiempo de una cosecha y se marchitan en cuanto las poseen».

?Seria una de ellas «la dama» de Maleo?

Un dia, cuando los muchachos volvian de un trabajo que les habia llevado al lindero del pueblo, una piedra rozo la oreja de Mani, que se sobresalto; pero fue Maleo quien grito, quien recogio rapidamente una piedra del tamano de un huevo y quien se puso en guardia con los brazos en posicion defensiva, gritando:

– ?Muestrate, si eres un hombre!

A modo de respuesta, les llego un silbido de chiquillo y, entre las ramas de un melocotonero, aparecio una manita que se agitaba. Tranquilizado, Maleo tiro el proyectil por detras del hombro escupiendo un reniego.

– ?Le conoces? -se asombro Mani.

– Quiza -respondio Maleo, que evidentemente habria preferido encontrarse en otra parte.

– ?Quienes?

– Una chica.

Cuando estuvo ante ellos, Mani vio que en sus rodillas se veian aun las huellas de caidas recientes, que sus cabellos claros estaban recogidos en un gorro deshilachado y que, a modo de joya, lucia un collar de rabos de cereza trenzados. En la mano que no lanzaba las piedras, tenia un melocoton que mordia con fuerza, recien robado en el huerto de la Comunidad; luego, se levantaba el faldon de su blusa para limpiarse la barbilla. Era solo una nina.

– Espero no haberte herido -le dijo a Mani.

– No le has hecho sangre -respondio Maleo-, ?pero hubieras podido saltarle un ojo!

– ?Como te llamas? -pregunto la chiquilla.

– Mani -respondio de nuevo Maleo.

– ?El amigo inseparable del que me has hablado?

Dijo esto acercandose a Mani, cuyo rostro escrutaba ostensiblemente.

– Me dijiste que leia mucho, que tenia una hermosa letra, tres cejas y una pierna torcida, pero olvidaste decirme que era mudo.

Dignamente, Mani reanudo la marcha. Maleo le llamo y la nina corrio tras el.

– Yo me llamo Cloe. Maleo y yo jugamos con frecuencia. Podrias venir con nosotros.