I EL NOMBRE Y LA REALIDAD
Es bien sabida la extraña historia de uno de los nombres más ilustres de las lenguas modernas: metafísica. Al ordenar Andrónico de Rodas, en el siglo I a. de C., los escritos de Aristóteles, encuentra algunos libros cuya denominación resulta problemática; también su colocación dentro de la obra aristotélica. Al final decide ponerlos "después de los libros de física"; esta expresión, que no es un título, sino la ausencia de un título, no significa nada filosófico, no es ni siquiera un nombre; y, sin embargo, se va a convertir en la denominación dos veces milenaria de la disciplina filosófica más importante, identificada muchas veces con la filosofía sin más. ¿Cómo es esto posible? Y, sobre todo, ¿qué significa? Τ à met à ta physiká (ta\ meta\ fusika/), "los (libros) después de los físicos". Lo primero que hay que decir es que eso no es una palabra, sino cuatro. En manos de Andrónico de Rodas o de su contemporáneo Nicolás de Damasco, los libros más importantes de Aristóteles no quedan denominados, sino sólo designados, señalados: los que están detrás de los que tratan de física. Para que llegara a existir un día el nombre metafísica, fue menester, por lo pronto, que con esas cuatro palabras se hiciera una, mediante supresión de los artículos y fusión de la preposición con el nombre. Pero hay que agregar que esta unificación no acontece en griego, sino en latín (secundariamente en árabe, y así en Averroes). Sin embargo, estoque acabo de decir resulta problemático y sólo a medias verdadero; porque la voz metaphysica ¿es latina? En modo alguno: sólo es una transcripción, alterada en forma nominal y sin traducir, de la expresión griega t à met à t à physiká. Así aparece en la Edad Media esporádicamente; de manera frecuente al incorporarse a la escolástica -musulmana y cristiana- el corpus aristotélico, en los siglos XII y XIII.
Esto es precisamente lo interesante: que lo que hace fortuna de modo tan excepcional no es el nombre griego efectivo de la ciencia, ni una palabra significativa, ni una traducción, sino un vocablo arbitrario, que apenas quiere decir nada y de origen azaroso. Dicho en otros términos, que no se trata de un concepto, sino de una expresión poética; con más rigor, retórica y poética. Me explicaré.
Metafísico es un adjetivo, metaphysicus; la forma metaphyska es por lo pronto un plural neutro de ese adjetivo: los (libros) metafísicos; sólo tardíamente se forma el sustantivo femenino, por un proceso análogo al de otros nombres. Pero lo decisivo es que metafísico no quiere decir nada en latín (y nada interesante en griego); es una palabra recibida de otra lengua, acuñada, que no funciona primariamente como una significación, sino como un signo extraño y en cierto modo arcano; por eso digo que tiene una función retórica. Pero además ofrece una vertiente poética; porque a la palabra metafísica se le inyecta desde luego un vago sentido que en griego nunca tuvo ni pudo tener: lo que está más allá de la física; o bien, lo que se refiere a lo que está más allá de lo natural. La fortuna de la palabra metaphysika se debe a que no se la vive como una prosaica postphysica, sino como una reverberante, incitante, misteriosa transphysica; así, literalmente, en Santo Tomás, y a través de él en toda la tradición medieval y moderna.
Este nombre, una vez insuflada esta vaga significación, adquiere una vida singular; tiene una doble virtud: promete y no compromete. Creo que esta esencial vaguedad del nombre metafísica ha sido la razón de su larga fortuna y un carácter que importa cuidadosamente salvar y conservar; y que, por cierto, comparte con el nombre filosofía.
Si ahora nos preguntásemos qué es la metafísica, la respuesta podría seguir dos caminos bien distintos. El primero consistiría en un examen de las definiciones que de ella se han dado, bien para elegir una y tomarla como verdadera, para extraer una noción común a todas o, por último, para mostrar su sucesión y variación. Pero esto nos daría, más que una idea de lo que es la metafísica, la serie de significaciones atribuidas a este nombre. El otro camino se orientaría en otra dirección: se trataría de ver qué han hecho los metafísicos, cuál ha sido la realidad efectiva que ha ido aconteciendo a lo largo de la historia. Pero esto, que parece fácil, tiene una inesperada dificultad: el nombre metafísica es una designación tardía, no ya de una disciplina, sino de un libro aristotélico: la historia de la metafísica no puede limitarse a una historia de lo que se ha llamado así; esto obliga, pues, a un esencial regreso, partiendo de ese punto de arranque; antes que nada hay que remontar aguas arriba del nombre, en una problemática prehistoria. Es decir, la primera cuestión que se plantea es la del origen de la metafísica.