VI METAFÍSICA Y ONTOLOGIA
Al llegar aquí empezamos a adivinar que no es del todo claro qué se entiende por metafísica. Desde el siglo XVII, con más frecuencia desde el XVIII, se la designa con un nombre que se suele tomar como sinónimo de ella, al menos de su parte más general: ontología. Esta denominación data, hasta donde se sabe, de 1646, y fue usada por el cartesiano y ocasionalista alemán Johann Clauberg en su libro Elementa philosophiae sive Ontosophia; en los prolegómenos emplea, junto a este término, el de Ontologia, entendida como scientia, quae contemplatur ens quatenus ens est. Este nombre, que reaparece en la segunda edición (1681) de la Philosophia vetus et nova de J.-B. du Hamel, es el título de uno de los libros de Jean Le Clerc, Onto-logia, sive de ente in genere (1692), muy anterior a la obra de Wolff, Philosophia prima sive Ontologia, cuya primera edición es de 1729, y que se suele con-siderar como el primer tratado de ontología bajo este título.
Todos ellos creen ser fieles al punto de vista de Aristóteles; Le Clerc lo dice del modo más expreso, y al llamar ontología a esta ciencia piensa no hacer sino recoger la definición aristotélica. Pero no olvidemos que la definición de Aristóteles es triple; no se trata en él de una sola definición suficiente, como ciencia del ente en cuanto tal, ni tampoco de que las tres definiciones respondan a tres partes de la ciencia -como puede ocurrir en Wolff y en algunos neoescolásticos-, sino que la misma ciencia es ciencia, del ente, de la sustancia y de Dios, al mismo tiempo y por la misma razón. Es decir, las tres "definiciones" son más bien nociones a posteriori, tesis internas. Se trata de conocer la realidad, a la que el movimiento hace inconsistente; hay que ir de las cosas naturales o por naturaleza (physei ónta ) a la naturaleza (physis). La tradición griega anterior había dejado el movimiento fuera del ser (Parménides, en cierto modo la idea de elemento o stoikhe î on) o bien había puesto la consistencia fuera de las cosas, que sólo tienen una consistencia participada (Platón). Aristóteles va a fundar la teoría del ente en la idea de que el e î dos está en la cosa misma, informándola como morphé, y va a considerar cada cosa real como algo que tiene un "haber" o "hacienda" propio, de donde brotan sus propias posibilidades, como naturaleza, en suma; y ésta es la noción de ousía, sustancia, cuya realización plena es el theós, Dios. Ahora bien, las dificultades internas de la idea aristotélica de sustancia y de los esquemas conceptuales con que intenta explicarla -materia y forma, potencia y acto-, precisamente cuando se trata de verdaderas sustancias (los vivientes, el hombre, Dios), muestran que "sustancia" es más que una solución el título de un problema.
Decía antes que a las revoluciones suele seguir un espíritu de restauración, y que la "revolución copernicana" del kantismo no fue excepción a la regla. Quiero decir que la vuelta a la metafísica fue desde luego -y mucho más que antes de Kant- recaída en la ontología. Las razones de ello son muchas -aparte de la inercia- y no todas fáciles de desentrañar; retengamos tres: 1) el terminus a quo del kantismo había sido una metafísica ontológica (Wolff); 2) hay un fuerte componente escolástico en la "vuelta a la metafísica"; 3) frente a todas las formas de subjetivismo, se trata de reconquistar la "objetividad", y la ontología aparece como la forma suprema de la teoría del objeto.
Pero hace un cuarto de siglo se produce una innovación: la distinción entre el ens y el esse, tradicionalmente confundidos, hasta el punto de que en la mayoría de las lenguas sólo se usa una palabra: ê tre en francés, being en inglés. En español es clara la distinción entre ente y ser, y Heidegger no tuvo dificultad para hacerla en alemán: Seiendes y Sein. Para Heidegger, la filosofía ha olvidado obstinadamente el problema del ser, para ocuparse sólo del ente; el sentido del ser en general, der Sein des Seins überhaupt, es su problema; la cuestión queda así radicalizada, trasladada del ente a aquello que hace que el ente sea, es decir, al ser.
Pero las relaciones entre ser y ente no aparecen con suficiente claridad. El propio Heidegger ha modificado esencialmente algunas tesis, de una edición a otra de su ¿Qué es metafísica? En su último libro, Introducción a la metafísica (1953), se queja de que esa cuestión no ha tenido resonancia suficiente y se cultiva una "ontología" en el sentido tradicional, por lo cual -añade- puede convenir en lo futuro renunciar a términos como "ontología" y "ontológico". Probablemente, Heidegger piensa en el hecho notorio -y bien significativo- de que el existencialismo ha recaído en la idea del ser, con todas sus consecuencias: ser y nada, ser en sí, ser para sí, esencia y existencia, ontología.
Sin embargo, por debajo de estas dificultades surge una más importante y radical: ¿es lícito identificar ontología y metafísica? (No se puede partir del ser sin más: hay que derivarlo y justificarlo. Porque el ser es una interpretación de la realidad, es decir, de lo que "hay". Ortega ha mostrado algo decisivo: que el preguntarse por el ser, el buscar qué "son" las cosas, tiene un su supuesto: la creencia en el ser, la creencia preteorética y -en ese sentido- injustificada de que las cosas "son", tienen un ser o consistencia que podemos buscar y encontrar. El ser no es la realidad sin más, sino una interpretación de ella, repito, de lo que "hay" -expresión que nos parece sumamente vaga y que en efecto lo es porque es previa a todas las interpretaciones-. Lo que hay es un constitutivo mío, porque yo soy yo al tener que habérmelas con lo que hay.
La universalidad del ser, en que ha insistido tradicionalmente la filosofía (Aristóteles, Santo Tomás), tiene un fundamento claro: una vez que he llegado a esa interpretación que es el ser, es decir, una vez que estoy en la creencia de que "hay ser" y me sitúo en la actitud de preguntarme por él y buscarlo, esto es, en la actitud que llamamos conocimiento, me aparece todo (todo lo que hay, toda la realidad) sub specie entis, como algo que es. La universalidad procede de que todo es considerado desde ese punto de vista, sometido a la nueva interpretación. No por ello es el ser menos derivado. Hay que reparar en un equívoco que amenaza; si se dice: "el ente es lo que ya había", se tiene la impresión de que se trasciende de la situación actual y se descubre en el ente un carácter "absoluto"; pero basta con sustituir la palabra "ente" por su significación: al decir "lo que es es lo que ya había", se advierte que lo afectado por la determinación "ya" no es el "es", sino el "lo", con otras palabras, la realidad: eso mismo que es lo que ya había; es decir, interpreto como ser, ahora que me he situado en la actitud cognoscente, la misma realidad que antes de llegar a esa interpretación había.
Nos parece que el mundo está compuesto de "entes", tal vez que él mismo es un ente; pero todo ello es consecutivo a la interpretación llamada ser. No es cierto que el hombre no-teórico, en caso extremo el primitivo, esté rodeado de entes, los maneje, trate y utilice; lo que sucede es que para mí -y no siempre, sino sólo cuando estoy en actitud definida por la creencia en el ser- son entes las mismas realidades con las cuales ese hombre no-teórico (incluso yo mismo en la dimensión radical en que lo soy) tiene que habérselas.
Si la misión de la metafísica es hacer que sepamos a qué atenernos sobre la realidad, no puede admitirse su identificación a priori y obvia con la ontología; la expresión metaphysica sive ontologia (metafísica u ontología) es inadmisible, porque hipoteca ya el contenido de la metafísica y, por tanto, la priva de radicalidad. La metafísica no puede "definirse" previamente por su contenido, porque esto la invalida automáticamente respecto a su pretensión; la única "definición" posible consiste en determinar su función, lo que reclamamos de ella. Toda otra precisión respecto a su contenido o su estructura tiene que ser una tesis interna de la metafísica, por consiguiente nunca previa; quiero decir que es ella misma, una vez puesta en marcha, la que tiene que hallar y justificar qué clase de saber es, cuál es la condición de esa realidad respecto a la cual nos va a dar una certidumbre radical. Si la metafísica fuese ontología, esta identidad no podría enunciarse en el título, sino que sería una afirmación perteneciente al contenido de la metafísica, la cual, en cierto momento, descubriría tal presunta identidad. Pero ni siquiera a posteriori es aceptable la identificación entre metafísica y ontología, puesto que, como hemos visto, el ser es una interpretación de lo real, a la cual se llega en virtud de ciertos supuestos, y que tiene que ser "derivada" y justificada. Toda metafísica que empiece con el ser, que "parta" del ser, se deja ya a su espalda la cuestión decisiva, justamente la derivación del ser, y renuncia a una certeza radical; es decir, no es metafísica. Y adviértase que desde este punto de vista es indiferente que se entienda por ontología la ciencia del ente o la ciencia del ser, porque no se puede partir tampoco de éste ni de la "comprensión del ser" como de algo radical y sin supuestos, no se olvide, sin embargo, algo decisivo: la realidad es siempre pensada -y no sólo pensada, sino también vivida- desde una cierta interpretación. El intento de eludir ésta sería quimérico e ilusorio. Cuando se habla de un saber "sin supuestos" hay que ser sumamente cauteloso, no sea que la idea de que puede existir sea un supuesto más, aceptado a ciegas. Por esto la metafísica, que no puede comenzar con una doctrina del ser, menos todavía puede iniciarse con un "olvido" o una "omisión" del ser y de las demás interpretaciones de la realidad. Bajo la pretensión de simplicidad suele esconderse un arcaico y anacrónico primitivismo, que está en los antípodas de la verdadera radicalidad. Quiero decir con esto que, al intentar dar razón de la realidad para saber a qué atenernos respecto a ella, encontramos absolutamente sus interpretaciones, y entre ellas el ser, que constituye nuestra tradición intelectual. Es menester, por tanto, una regresión de las interpretaciones a la realidad nuda, en lo que podemos llamar, ahora con pleno sentido, su verdad radical. La metafísica, pues, tiene que hacer, y no poco, con la ontología: dar razón de ella y del ser desde la realidad radical. Hay que trascender del ser hacia la realidad. Pero no se piense que esto es fácil y que basta con decirlo para poder hacerlo; porque el instrumento del conocimiento, el lógos, se había identificado tradicionalmente con los atributos del ser, y viceversa. Y esto pone en cuestión el método de la metafísica, y por tanto su posibilidad.