IV METAFÍSICA Y ANTIMETAFISICA
desde el Renacimiento se origina cierta hostilidad a la metafísica; al principio se trata sólo de ciertas formas de ella; así entre los humanistas, que reprochan a los escolásticos sus disputas abstractas y estériles; en Descartes, que hace metafísica y usa este nombre, hay pasajes en que recoge un matiz de aversión a la palabra; expresiones de sentido análogo se encuentran en Hobbes y en Locke. El fondo de estos reproches es doble: de un lado, inaccesibilidad o problematicidad de los objetos de que trata la metafísica -cuando se insiste en su carácter inmaterial y suprasensible -; de otro lado, oscuridad de las nociones que maneja, de manera que se pueden hacer raciocinios muy claros y rigurosamente encadenados sin saber de qué se habla. Todo esto se acentúa en el siglo XVIII, en tres direcciones. Los enciclopedistas franceses insisten en la diversidad de los metafísicos y el poco caso que unos hacen de otros (d'Alembert) o ironizan, como Voltaire, sobre el carácter "transnatural" e "inmaterial" de los objetos de la metafísica, de la que dice que con frecuencia es "la novela del espíritu". Hume, por su parte, al llevar a sus últimas consecuencias la actitud empirista y sensualista, hace una crítica general de los conceptos de sustancia, alma y causa, y disuelve el cuerpo de la metafísica tradicional, a la vez que su eliminación del argumento ontológico suprime el puente que Dios establecía entre la mente y las cosas en el idealismo del
siglo XVII, que va a ser calificado por Hume de "dogmatismo". En este punto, finalmente, se inserta la "revolución copernicana" de Kant, la peripecia más grave de la historia de la metafísica.
La idea que Kant tiene del conocimiento lo lleva a una inversión de la perspectiva habitual: en lugar de adaptarse el pensamiento a las cosas, son éstas las que tienen que ajustarse a la estructura del pensamiento; este paradójico "giro copernicano" se funda en el descubrimiento kantiano de que lo que el hombre conoce no es la "cosa en sí", inaccesible por necesidad, sino el "fenómeno", constituido mediante la cooperación de lo "dado" y lo "puesto" por el sujeto, es decir, la estructura misma de la subjetividad (espacio y tiempo como intuiciones puras o formas a priori de la sensibilidad, categorías o formas a priori del entendimiento). Kant cree, de un lado, que el conocimiento, para ser universal y necesario, ha de ser a priori, es decir, no fundado en la experiencia; pero de otro lado, para que el conocimiento sea real, a los principios formales y apriorísticos ha de añadirse la sensación o la experiencia. De estos supuestos nace la crítica kantiana de la metafísica.
El punto de partida de Kant es doble: la idea de la metafísica de Wolff, con su división en metafísica general u ontología y metafísica especial, dividida en cosmología racional, psicología racional y teología racional o natural; negativamente, la crítica de Hume, que lo "despertó de su sueño dogmático", según la famosa frase kantiana. Al aceptar el esquema de Wolff, la metafísica aparece ante Kant como un conocimiento puro, es decir, a priori, de tres objetos: el mundo como totalidad, el alma y Dios; ahora bien, Kant muestra en la Crítica de la razón pura que esos tres objetos están más allá de toda posible experiencia; son "síntesis infinitas", esto es, yo no puedo poner las condiciones necesarias para tener una intuición de ellos; el conocimiento que obtengo por mero raciocinio no tiene fundamento real, es decir, no es un auténtico conocimiento. La metafísica aparece, pues, como un imposible, si se la toma corno disciplina especulativa; por eso no ha encontrado todavía "el seguro camino de la ciencia"; no lo ha encontrado ni lo puede encontrar. La metafísica existe como "tendencia natural", como Naturanlage que lleva al hombre hacia lo absoluto. Pero su papel dentro del sistema kantiano ha de ser muy preciso: ciencia de las Ideas regulativas que sólo tienen validez incondicionada dentro de la razón práctica, como postulados de ésta; o bien el nombre que se da a la porción pura (apriorística) de las disciplinas filosóficas (metafísica de la naturaleza, metafísica de las costumbres).
No es necesario aquí exponer en detalle la doctrina kantiana, ni criticar sus fundamentos; lo que interesa es señalar que todo el pensamiento filosófico desde fines del siglo XVIII acepta más o menos formalmente el punto de vista de Kant y niega o por lo menos discute la legitimidad de la metafísica. Esto se une en algunos casos a una especulación metafísica incluso intemperante, como ocurre dentro del idealismo alemán; otras veces, a una metafísica larvada y que se ignora a sí misma -lo que se podría llamar la metafísica de los antimetafísicos-: así, los positivistas. La situación dominante en el siglo XIX es ésta: la meta-
física está desprestigiada y proscrita; se llega a descalificar una doctrina o un razonamiento sin más que ponerle el rótulo metafísico. Los contados intentos de hacer metafísica en el siglo pasado tienen con frecuencia una curiosa actitud: no darse por enterados del kantismo, volverse de espaldas a él, como si Kant no hubiese nacido y escrito la Crítica de la razón pura. Algunos otros esfuerzos, los más originales y nuevos, que van a preparar el terreno para la filosofía actual, discuten las tesis kantianas; pero hay que advertir que se resienten alternativamente de uno de estos dos defectos: o rechazan algunos argumentos kantianos contra la metafísica, dejando intacto el sentido general de esa crítica y por tanto su fuerza principal, o bien atacan el kantismo como un error total, como una desviación del pensamiento filosófico, sin echar de ver su gran porción de acierto y su papel insustituible; esto es, sin dar razón de la filosofía de Kant, de su verdad y de su error. Por esto, los intentos metafísicos del XIX están minados por la ignorancia de Kant o por la exclusión de lo que Kant aporta a la filosofía, incluso a una metafísica hecha contra sus supuestos radicales.
La actitud antimetafísica no pertenece al pasado. Las direcciones "cientificistas" del pensamiento actual, sobre todo el empirismo lógico, niegan la posibilidad de la metafísica. Su punto de vista se enlaza con el de Comte y se concentra en el análisis lógico del lenguaje. Para los más extremados empiristas, los enunciados metafísicos, simplemente, no tienen sentido; ésta es la última forma, la más radical, del movimiento cuyas etapas hemos visto.