1791
1
Berthe hubiera preferido que Rinaldi se tomara su sopa de col en la trascocina. O, mejor aun, en el patio de la cocina.
– Pero, Berthe, esta nevando.
– Es un gitano. Ellos no sienten el tiempo como nosotros. -Suspiro cansinamente, ?es que Sophie nunca comprenderia algo tan simple?-. No son como nosotros.
Pero Sophie habia insistido, de modo que alli estaba el buhonero, comodamente instalado en su limpia y calentita cocina, mojando pan de centeno en su sopa, la nieve todavia en los pliegues de su fardo y goteando en su suelo recien fregado. Y Sophie estaba sentada a la mesa con el. Cualquier dia lo invitaria a comer con su padre. En eso habia resultado esa revolucion, un monton de parisinos metiendo ideas en la cabeza de la gente respetable. En Castelnau, a las Hermanas de la Pequena Flor les habian confiscado el convento y disuelto la orden; y ?que iba a ser de ella ahora que ya no podia contar con acabar sus dias con ellas, echando una mano de vez en cuando en la cocina, con las voces de las monjas sonando en sus oidos hasta el ultimo instante?
– Berthe, creo que las escaleras necesitan una barrida. Tal vez…
Ella resoplo y salio enfadada de la cocina, guardandose de no cerrar la puerta detras de ella. Asi oiria gritar a Sophie cuando ese tipo la atacara y podria acudir en su auxilio.
– La he ofendido -dijo Sophie-, pero mete demasiado ruido si se queda.
– Una cocinera delgada es una desgracia para una casa -observo Rinaldi, sentencioso-. Aunque esta sopa esta llena de sabor.
Ella capto la indirecta y volvio a llenarle el cuenco.
– ?Donde has estado estos meses?
– En el norte -respondio el, concentrandose en untar pan- y en el este. -Lo que, de hecho, abarcaba la mayor parte del pais. A Rinaldi no le gustaba divulgar sus itinerarios; tenia el miedo del proscrito a revelar demasiada informacion. Busco algo con que distraer la atencion de Sophie-. Tengo unos guantes impregnados de esencia de rosas. Del mas fino cuero. -Sus ojos brillantes y negros como el carbon buscaron los de ella, y la punta de la lengua le asomo por la comisura de los labios-. Exactamente como los que regala a la reina por cajas su amante sueco.
– Me serian tan utiles como imagino que le son a ella ultimamente. No creo que tenga mas ocasiones que yo de alternar en sociedad.
– Una joven como usted se sorprenderia -dijo el enigmaticamente- de las cosas que pasan en el palacio de las Tullerias, -Golpeo la mesa con su pequena mano morena para subrayar sus palabras y siseo-: Fiestas.
– ?Has estado en Paris, Rinaldi?
El se concentro de inmediato en su sopa, inclinando la cabeza sobre el cuenco. Sophie se compadecio de su incomodidad y dijo:
– Mi rosal de China esta prosperando. Y he conseguido sacar de el casi veinte plantas nuevas.
– Ya ve el buen negocio que hizo. Sabia que esa rosa le supondria una fortuna.
– Cuando me felicitas por mi sagacidad se mas alla de toda duda que la transaccion ha sido ventajosa para ti.
El sonrio.
– Conozco a un caballero que cultiva rosas en su finca cerca de Poitiers. Esta muy interesado en comprar plantas. Le he dicho que le escriba a usted.
– Gracias. -Sophie sonrio radiante y el penso, no por primera vez, que ella era una de esas mujeres que no esperaba que la encontraran atractiva y, por tanto, la gente no solia hacerlo.
– ?No seria buena idea cruzar esa rosa de China con una de las variedades antiguas? -dijo sin levantar la vista del plato-. El resultado podria suponer mucho dinero.
– ?No hace frio? -dijo Sophie mirando por la ventana-. Toda esa nieve.
Yo tenia razon, por supuesto, penso Rinaldi. Vacio lo que quedaba de vino en lo que quedaba de sopa y cogio el cuenco para beber de el.
Una forma negra y baja abrio la puerta de un empujon, cruzo corriendo la habitacion y, saltando sobre las rodillas del buhonero, le lamio la cara con afectuosa liberalidad.
– Sabia que estabas aqui-dijo Mathilde detras de el- porque Berthe ha sacado toda la cuberteria de plata y la esta contando.
– Bellina! Che bellina! Tan hermosa como la aurora. -Rinaldi alargo una pata de mono y le pellizco la mejilla, conducta que ella no habria tolerado en nadie mas. Llevandose una mano al bolsillo, el saco una peladilla rosa y la metio en la boca de Mathilde.
– Gracias, Rinaldi. -Ella se puso la peladilla junto a la mejilla y dijo, apenas mas claramente-: Brutus se ha roto un diente. Del lado derecho, al fondo.
Rinaldi deslizo los dedos dentro de la boca del perro para separarle las mandibulas y echo un vistazo.
– No es nada. Tiene las encias sanas, que es lo importante. -Rasco a Brutus detras de las orejas y lo dejo en el suelo.
– Temia que tuvieran que arrancarselos, como a Berthe. Sophie le dio lavanda y clavo, pero ella dijo que el dolor era terrible, de modo que fue a que se los arrancaran todos a la feria de Michaelmas. Confiamos en que su caracter mejore en primavera.
– Hojas de roble en agua de lluvia -dijo Rinaldi-, ese es el remedio para el dolor de muelas. O sangre de dragon y mirra… un remedio que se utilizaba mucho en Oriente con asombrosos resultados. Da la casualidad que tengo aqui…
– No te molestes -se apresuro a decir Sophie. Si abriera ese fardo en presencia de Matty y…
El la miro con reproche.
– El caballero de Poitiers compro un frasco. -Hizo una pausa para dejar que surtiera efecto ese recordatorio de que tenia motivos para estarle agradecida; la conciencia de Sophie era un instrumento sensible que Rinaldi hacia tiempo dominaba-. Ademas, estas cosas son educativas. Tambien tengo una encantadora tacita, de la mas fina porcelana, con un retrato del general Lafayette. O un trapo de cocina con la Declaracion de los Derechos Humanos estampada.
– No creo que necesitemos una encantadora tacita. O mas trapos de cocina.
Pero Mathilde ya estaba peleandose con las hebillas del fardo y Rinaldi se levanto.
– Algun que otro objeto patriotico podria ser util algun dia en una casa como esta.
– ?De veras?
El se encogio de hombros.
– Yo me cuido de llevar todo el tiempo la escarapela tricolor en el sombrero. -Con un elegante ademan, desenrollo un lazo magenta y lo enrollo con ternura alrededor de la cabeza de Mathilde-. Un regalo para mi pequena dama, per la piu bella, un regalo de Rinaldi.
Le gustaba su hermana. Pero adoraba a Mathilde. Y ahora Sophie se sentiria obligada a comprarle algo de su fardo.
2
Jacques informo a Joseph que Saint-Pierre se encontraba en Castelnau -tal como el habia esperado- y Sophie en el jardin.
– Ha salido a su madre, a quien siempre se le dieron bien las flores, aunque es una lastima que no sea ni la mitad de hermosa.
La puerta del patio se hallaba abierta. Ella estaba de pie, contemplando el cielo. El arrastro las botas y carraspeo para no sobresaltarla.
Ella abrio los ojos y le sonrio.
– Creia que nunca acabaria el invierno.
El viento del este perseguia jirones de nubes por el palido cielo. Pero el sol brillaba con firmeza y alli, cerca del muro, el calor que se habia acumulado podria haberse confundido con mayo si no fuera por el olor a hierba y hojas, el olor verde humedo de principios de primavera.
El se desabrocho su chaqueta nueva, amarillo limon.
– ?Ha caido enfermo alguien del pueblo?
– No, no exactamente, quiero decir… -Se ajusto los anteojos-. Pasaba por aqui -mintio- y se me ocurrio ir a ver al viejo Laval, al que tanto le ha costado quitarse esa tos…
– Le oi el otro dia maldecir a voz en cuello a su nieta porque su sopa sabia a orina de vaca. Me parecio sano.
– Ya veo, si, por supuesto, ahora esta totalmente recuperado, ni rastro de la tos, ya no. -Desesperado, senalo la planta mas cercana-. Estas flores… ?como se llaman?
Ella arranco una espiga de color malva y se la ofrecio. El la olio.
– ?Espliego?
Ella asintio, riendo.
– Conozco las rojas del patio -dijo el-. Geranios. La gente las pone en los alfeizares de las ventanas.
– ?Tiene alguna ventana a la que le de el sol?
El tuvo que pensar.
– Es posible.
– Podria plantarle un esqueje en una maceta.
– ?Lo haria?
– Por supuesto. Uno escarlata, si quiere. O rosas y blancos, como los que tiene Berthe detras de la casa.
– Mis favoritos son los de color escarlata -aseguro el, que nunca se habia parado a pensarlo.
– No lo olvidare.
– Nunca he… ?Y si se me muere?
A punto de decir: «No es uno de sus pacientes», Sophie se contuvo. Habia algo abrumadamente serio en esos anteojos.
– Los geranios son muy resistentes -lo tranquilizo. Al reparar en su chaleco que era evidentemente nuevo, y el fular rigido del almidon y de un azul deslumbrante, penso que la gente siempre necesitaria medicos, porque siempre necesitaria esperanza… o la ilusion de esta.
– ?Entramos? -pregunto ella-. Debe de tener sed…
El meneo los hombros, disfrutando de su amabilidad.
– Prefiero quedarme aqui. -Y anadio, con mucho atrevimiento-: Con usted.
Los pajaros picoteaban la tierra humeda, y los rosales echaban sus primeras hojas tiernas. ?Cuando habia conocido una felicidad tan grande? Lo unico que acudio a su mente fue cierta ocasion en que la diseccion del brazo izquierdo de un cadaver habia ido particularmente bien y la carne se habia separado limpiamente bajo el bisturi, pero no le parecio muy apropiada.
Una corriente de aire trajo del huerto un punado de flores blancas que se arremolinaron. Un petalo humedo se pego a la nuca de Sophie. Podria alargar una mano y retirar, con mucha delicadeza, ese petalo, y ella no se enteraria de que la habia tocado, penso.
Sobre sus cabezas, unos pajarillos marrones armaban bullicio.
– Un granjero me dijo que si entras en un cobertizo de noche con una linterna bajo el abrigo, tapando parcialmente la luz, los gorriones vuelan hacia ella y se te posan en los hombros. Dijo que podias atraparlos a docenas, que es lo que necesitarias para preparar un plato.
– No me gustan mucho las aves, ninguna ave, ni siquiera las que parecen existir solo para ser comidas, como los gansos. Hay algo en las patas de un ave muerta… Y las pequenas, cuando piensas en su trino y en como cae la luz en su plumaje… No es muy distinto de comer flores -dijo Sophie-, y ya puede imaginar lo que diria la gente si sorprendieran a alguien haciendo eso.