1792
1
Aquel atardecer habia habido una fiesta para celebrar que Marianne Linguet cumplia cuarenta y cinco anos. Sentada ante el espejo, Claire se felicito por haber evitado el color que habia llevado la mitad de las mujeres invitadas a la fiesta, boue de Paris: no favorecia al color de su tez. En su lugar habia escogido un vestido suelto de un delicado rosa champinon. Cuando, cediendo a los ruegos de su anfitriona, se levanto para cantar, fue consciente de como la miraban los hombres y como observaban las mujeres a los hombres.
Bostezo, y deseo que la chica, que era nueva y lenta, se diera prisa y terminara de cepillarle el cabello.
Marianne habia llevado unos pendientes de diamantes, regalo de su marido. «No hay mejor joya para una cara que envejece, querida… no es que la suya vaya a necesitar ornamento alguno cuando tenga dos veces mi edad.» ?Era eso cierto? Claire examino su reflejo, llevandose una mano a la mejilla. Ultimamente le habia parecido detectar…
Hubert entro y pidio a la doncella que los dejara solos.
– ?No puede esperar hasta manana? -Claire cogio el cepillo y lo paso por sus rizos.
El se movia por la habitacion, cogiendo objetos y volviendo a dejarlos en su sitio. Manoseando la cinta de terciopelo que ella habia llevado en el cabello, dijo con naturalidad:
– Dentro de quince dias nos marchamos a Inglaterra.
Ella se volvio para darle la cara. El abrio el tarro chino azul y blanco que ella tenia en la repisa de la chimenea y miro dentro. Cuando volvio a dejarlo en su sitio, no lo tapo.
– Esta todo arreglado. -Sonrio; tenia motivos para regocijarse-. Sebastien y Anne tambien se vienen, pero ellos viajaran por su cuenta, por supuesto. Ya han llegado los permisos. Tu eres la mujer del ciudadano Laurent, un fabricante de tejidos que se dirige a Lancashire para estudiar los ultimos avances en maquinaria. No esta mal, ?no te parece? -Coraje, discernimiento, autoridad: el linaje siempre se notaba, en cualquier situacion. Se estudio en el espejo y levanto la barbilla.
– No me habia dado cuenta de que estabas tan bebido.
El siguio tambaleandose alrededor de ella. Pero al menos habia dejado de sonreir.
– Es un disparate… Sabes que les sucede a los emigres. Lo perderemos todo: esta casa, las fincas.
El se encogio de hombros y siguio andando.
– Que encuentren un pretexto y nos lo arrebaten todo es cuestion de tiempo. En cuanto a las fincas… ya he hablado con Duval. Es un buen hombre. Hemos preparado los papeles: le regalo La Brousse y Lupiac a cambio de sus fieles servicios, lo que deberia bastar para protegerlas de las garras de la Revolucion hasta que regresemos. Esto no durara, ya lo veras. En un par de meses habra guerra, los austriacos dejaran de dar largas. Todo insulto dirigido a la reina es un insulto al linaje de los Habsburgo.
– Hasta ahora no han dado muchas muestras de ofenderse.
– Ya lo veras. Declararan la guerra antes del verano y la Revolucion habra terminado para final de ano. Ya lo veras.
– Es absurdo. ?Adonde vamos a ir? ?Como vamos a vivir?
– La tia de Sebastien esta casada con un ingles. Te esperan. -El cogio el collar de perlas que ella habia llevado esa noche y lo sostuvo fuera de su alcance-. No te olvides de meterlo en la maleta… con todo lo demas.
Ella retrocedio ante su aliento cuando el se inclino sobre ella.
El malinterpreto el gesto.
– Oh, no tienes por que preocuparte. Esta todo arreglado. Una suma considerable ha hallado el modo de cruzar el Canal, lo suficiente para tus caprichos hasta que volvamos.
– ?Me lo dices ahora, quince dias antes de la fecha en que esperas que deje todo? ?Cuanto tiempo llevas planeandolo?
– Desde el verano -respondio el, orgulloso-. Desde Varennes. Sebastien y yo nos pusimos a pensar. ?Por que crees que he pasado tanto tiempo en Blois ultimamente?
– Y supongo que los dos os proponeis alistaros en las filas monarquicas.
– La mayoria de los oficiales de nuestro regimiento ya esta al otro lado de la frontera. El ejercito de Conde es profesional. -Se vio a si mismo a lomos de un caballo engualdrapado, dando y recibiendo ordenes-. Los primeros disparos de nuestros canones anunciaran los estertores de la Revolucion. Paris caera en Navidad como muy tarde. Ya lo veras.
– Deja de hablar asi.
– Debimos hacerlo en el ochenta y nueve. -El introdujo un dedo en una de las cremas de Claire y, frotandose el dorso de la mano, olio el resultado.
– Han decretado sentencia de muerte para todos los emigrados.
– Cuando regreses a Francia habra sentencia de muerte para todos los revolucionarios. Ya lo veras.
– No puedo… No pienso… Olivier es tan delicado… Inglaterra es un lugar humedo, el peor lugar para el.
– Tonterias. De todos modos, vamos a ir… Esta todo arreglado.
– ?Que hay de mi padre, de mis hermanas? ?Que sera de ellos?
– No les ocurrira nada que no les hubiera ocurrido de habernos quedado.
– No pienso… No puedo… El viaje sera excesivo para mi.
El se echo a reir.
– Estamos hablando de Inglaterra, no de las antipodas.
– Seria una temeridad. No me siento bien. -Ella se levanto-. Estoy embarazada.
El se quedo mirandola. Muy quieto.
– Ya sabes lo mala que me puse con Olivier. -Su voz sono desafiante, pero no miro a Hubert.
– ?Cuanto hace que lo sabes?
– Dias. Una semana. Al principio no estaba segura.
– ?Cuando…?
Por unos instantes ella vacilo. Luego le dijo la verdad.
Lo observo hacer calculos. Junto las manos ante si y espero a que el hablara.
Hubert abrio la boca. Pero casi de inmediato volvio a cerrarla.
2
Tarde de un domingo de abril.
Sophie y su amiga Isabelle Ducroix estan paseando por el parque, la grava crujia suavemente bajo sus pies. Los olmos se han vuelto de un verde delicado. Se suceden en largas y agradables avenidas hacia la fuente y mas alla de la escalinata y la balaustrada de marmol que ofrece bonitas vistas del campo que rodea Castelnau. Las palomas se acicalan en pacientes estatuas. Hay nineras con bebes, y una mujer vendiendo limonada. Un anciano se ha quedado inexplicablemente inmovil en mitad de un sendero, con las manos cruzadas sobre su baston. Familias enteras se estan aireando. Ninos pequenos se persiguen unos a otros, dando gritos ensordecedores. Un soldado se inclina hacia una joven y le susurra algo. Por toda la ciudad, por todo el pais en realidad, los soldados estan haciendo promesas temerarias; Francia acaba de declarar la guerra a Austria.
Isabelle lleva unos zapatos de rayas rojas, blancas y azules, con elegante tacon bajo, y una falda de algodon blanco estampada con ramilletes de amapolas y azulinas. Sophie, vestida de anticuado verde, es todo admiracion.
Dos jovenes parados bajo los arboles se dan golpes con el codo.
– No me importaria meterme a esa en el ojal -declara uno de ellos.
– O en los pantalones -replica el otro.
Las jovenes (aunque a Isabelle, a los treinta y cuatro anos, dificilmente se la puede describir como tal) miran al frente imperterritas. Una vez a salvo, se miran y sonrien.
– La semana pasada, en esa merceria -dice Isabelle-, la de la rue Royale…
– Querras decir la rue Nationale.
– Por supuesto, la rue Nationale. El nuevo dependiente me llamo madame. No se lo penso dos veces. Supongo que hace tiempo que deje de pasar por mademoiselle, pero los demas saben fingir.
– Podrias haberle amenazado con denunciarlo por no dirigirse a ti como ciudadana. -Y, mientras se internan en un sendero perpendicular al primero, anade-: ?Mira eso!
Una nina sentada en mitad del sendero se deja enterrar por su hermano, un nino gordo de rizos pelirrojos. Arrodillado a su lado, este arroja generosas palas de tierra y gravilla sobre las piernas de su hermana. Las puntas de los zapatitos blancos, veteados de marron, sobresalen en la polvorienta tierra; ella los contempla con interes, agitando las manos y arrullando.
– Siempre me han dado lastima los crios feos -dice Isabelle-. Se lo que les espera. Como un cerdito, el pobrecillo.
Una mujer corpulenta llega con un revuelo de seda lila y exclamaciones. Pone de pie al cerdito y le da una bofetada, coge al bebe en brazos, trata en vano de sacudirle el polvo, regana a los dos ninos.
Sophie e Isabelle siguen andando.
– ?Como esta Claire?
Sophie suspira.
– Como con Olivier, pero peor. -Preve meses de bandejas y criticas.
– Debe de estar preocupada por Hubert -dice Isabelle, tanteando.
– Supongo -dice Sophie sin conviccion-. Ayer llego de Toulouse una carreta con sus muebles. Dos de las sillas de madera y raso estaban estropeadas. Jacques las escondio en el atico. No nos hemos atrevido a decirselo a Claire, adora esas sillas.
– ?No deberiamos estar tejiendo ropa interior para nuestros soldados? -pregunta Isabelle.
– Cualquier prenda tejida por mi constituiria un acto antipatriotico.
– Dicen que solo es cuestion de tiempo antes de que Prusia acuda en auxilio de los austriacos. -Isabelle mira a Sophie desde debajo de su sombrilla-. ?Te alegraras si los monarquicos ganan la guerra y todo vuelve a ser como antes?
– Nada puede volver a ser como antes -dice Sophie-. De todos modos, hay muchas cosas que no han cambiado… Ahora muere de hambre casi tanta gente como en el ochenta y nueve.
– Ni la Asamblea puede decidir las cosechas.
– Pero podria controlar la distribucion del grano o fijar el precio de la harina.
– Lo siguiente que haras es sujetarte las faldas y saquear las tiendas de comestibles.
– ?Por que no? Debemos esforzarnos por ser modernas -dice Sophie, agachandose para pasar una mano por la fuente-. Es lo que se espera de las mujeres sin marido.
Isabelle no dice nada.
Una paloma esta bebiendo de la pila: no hunde el pico muchas veces y muy deprisa, como los demas pajaros, sino que lo mantiene en el chorro de agua. Mira con los ojos en blanco a Sophie y arroja cuentas iridiscentes en su direccion.
Una escalinata ancha y poco empinada las lleva a la balaustrada desde donde se ve a Castelnau descender en declive: primero tilos, chimeneas, muros, luego arboles en sus arpegios de verde, con las ramas todavia visibles entre las hojas. Hacia el sudeste, al otro lado del rio, apenas se distingue la torre de la iglesia de Montsignac.