Una manana borrascosa de principios de primavera que no esperaban a Sophie, esta se presento en la oficina del doctor Ducroix pidiendo autorizacion para limpiar el terreno baldio rodeado por el edificio principal. Habia traido plantas de Montsignac, explico, estaban en un carro que esperaba en la puerta. Seria un terrible desperdicio no utilizarlas ahora que estaban aqui. Y ahora que se acercaba el buen tiempo, tal vez alentaran a los pacientes convalecientes a pasar tiempo fuera respirando aire puro, que sin duda beneficiaria su salud y agradaria al doctor Morel. Tal vez arrancar unas cuantas malas hierbas no fuera tan impensable.
Detras de las cocinas habia una amplia franja donde se cultivaban zanahorias, nabos, coles, judias, guisantes y hierbas medicinales para uso del hospital. Ese era el dominio de un individuo artritico llamado Taine, medio ciego, mas de medio sordo y encorvado como un sauce que ahuyentaba frenetico a todo el que entraba sin autorizacion. Nadie, ni siquiera la madre Clothilde, recordaba cuando habia entrado a formar parte del hospital ni conocia sus antecedentes. Cuando alguien se dirigia a el, soltaba una especie de ladrido y daba golpes al aire con un baston de endrino.
El pasado invierno le habia provocado una tos que detuvo en seco su andar pesado, dias enteros en que el dolor lo dejaba postrado en su camastro en el humedo cobertizo que llamaba hogar. En tan debilitado estado, habia bajado la guardia. Llamaron a un chico que rondaba por el hospital haciendo las tareas que nadie queria hacer a cambio de cama y comida, para que se ocupara del huerto, donde demostro una aptitud preternatural para interpretar las palabras de Taine. La supuesta ninez de Luc habia empezado en una granja; entendia el trabajo, el tiempo, el despertar de la tierra. Taine no le daba mas palizas de las necesarias. A este mismo chico de orejas grandes lo pusieron a ayudar a Sophie. Bajo el regimen de Joseph, ya se habia retirado toda la basura y casi todos los escombros del viejo jardin que habia entre las salas. Trabajando juntos, Sophie y Luc arrancaron malas hierbas, quitaron piedras, removieron la tierra, rompieron terrones, rastrillaron, descubrieron un billetero de cuero rojo mohoso (vacio excepto por un boton triangular de hueso). Ella arranco un punado de tierra para ensenarle al chico lo oscura y margosa que era alli donde la habian removido.
– Lombrices -dijo el, ansioso por impresionar, mostrando algo rosa translucido que se retorcia.
Los rosales, espliego y romero aguardaban, con las raices envueltas en trapos humedos. Abrieron una fraccion de un saco poco invitador que Sophie guardaba cerca, de manera protectora, y que estaba lleno de bonigas descompuestas. Estas debian utilizarse exclusivamente como capa superficial de abono para las rosas, ordeno ella, y no desperdiciarse en simples hierbas. Y bajo ningun concepto debia enterarse Taine de su existencia, o las querria para sus hortalizas. Disfrutando de su papel, Luc se deshizo en juramentos de discrecion.
Bordearon de hierbas un sendero. Plantaron dos parterres de rosales dispuestos en triangulos, extendiendo las raices hacia fuera, cubriendolas de tierra y sujetando cada arbusto en su sitio apisonando la tierra de alrededor. Una vez firme la planta a base de pisotones, se ponia alrededor el resto de la tierra a paladas.
– Damascos -dijo Sophie-. Flores dobles de color rojo rosado con sesenta petalos cada una. Incomparable por su aroma.
La manana se agoto. Estiraron los brazos, felicitandose mutuamente por lo mucho que habian trabajado. Ella tuvo que marcharse con mas de la mitad de las plantas por plantar, pero prometio volver al dia siguiente. Luc, esclavizado, se quedo en la puerta moviendo la mano en senal de despedida.
Cuando poco despues llego Joseph, le informaron de lo que habian hecho y salio a verlo por si mismo. La tarde habia oscurecido, el viento era mas frio. Arranco una ramita de romero y paseo llenandose los pulmones del olor a tierra. Caian las primeras gotas de lluvia cuando empezo a separar los fragantes brotes que tenia en la mano, arrancandolos del tallo como tantas promesas no deseadas.
3
La casa estaba al final de la calle. A un lado tenia una pocilga adosada, y detras un jardin con un estercolero y una huerta. Una de dos casas, las unicas del pueblo que seguian perteneciendo a los Saint-Pierre, habia permanecido vacia durante el invierno desde la muerte del anterior inquilino, y la lluvia habia entrado a traves del tejado que no habia sido reparado por falta de dinero.
Stephen habia acudido discretamente al rescate; a cambio de toda esa agua caliente, dijo.
– Mira, Jacques. Un manzano.
– Las manzanas estan muy bien para los jovenes con dientes resistentes. Lo que a mi me gusta son las peras jugosas y dulces, y no veo ningun peral. Ni un ciruelo.
– Sabes que puedes venir al huerto cuando quieras y coger toda la fruta que te plazca.
– Hay unos buenos escalones y una subida. Si tengo otra mala caida sera mi fin. No creo que aguante mas alla de Navidad, de todos modos. Me atreveria a decir que nadie lamentara mi muerte.
– Te traere peras cada dia cuando sea la epoca -se defendio Mathilde.
– ?Cuanto creen que aguantaran esas nuevas tejas? Habra goteras con la primera tormenta de verano, y seguro que pillo una de esas toses de las que uno nunca se recupera. -Con una una curvada de color ocre arranco un trozo de corcho y despues otro. Parecia mas que nunca una vieja rama sin hojas.
– Stephen ha ido a buscarte un cochinillo de la granja de los Coste. Iba a ser una sorpresa.
– ?Para que quiero un cerdo? Me estaran devorando los gusanos antes de que llegue el momento de matarlo.
Mathilde rodeo corriendo la casa hasta la parte de atras, donde habia un monton de malas hierbas al lado de la huerta y Sophie descansaba sobre la pala, con el pelo cayendole hacia el suelo.
– Quiero que Jaques se quede con nosotros. ?Por que no puede quedarse?
– Sabes por que. No querrias que se cayera otra vez por las escaleras, ?verdad?
– Es una casa horrible. No tiene ventanas y huele mal.
– Es mejor que la casa de beneficencia de Castelnau. -Sophie cavo sombria, sin querer pensar en Jacques, solo por primera vez en setenta y seis anos.
El habia insistido en llamar al notario para redactar su testamento. Queria que todas sus posesiones, es decir, dos camisas, unos pantalones, dos calzones, un chaleco, dos panuelos, tres pares de medias, dos gorros (uno de lana, otro de algodon), un par de zapatillas y un grabado enmarcado del martirio de santa Agata, fueran vendidas en subasta. Lo recaudado, junto con las nueve livres que representaban sus ahorros, debia ser enviado «a los negros de Africa». A la pregunta de si tenia en mente unos negros en particular, respondio: «Los mas negros».
– Estara triste todo el tiempo -lloro Mathilde-, sabes que lo estara.
– Le conoce todo el pueblo.
– Le caen mal casi todos.
– Berthe le traera cada dia la comida, y todos vendremos a verle. No estara tan mal -dijo Sophie, obligandose a creerlo.
– ?Crees que le gustaria tener mi retrato de Brutus ?
Un cochinillo salpicado de barro y con una cuerda alrededor del cuello bajo trotando por la calle, chapoteando a traves de los charcos.
Stephen, luchando por sostener en equilibrio a Caroline en la parte interior del codo de su otro brazo, se detuvo en seco ante la escena de un anciano abrazado a un arbol: una lluvia de flores blancas contra un cielo azul, dos petalos finos como el papel pegados a una cara arrugada.
4
Esperaban a Joseph en la oficina del director, como sabia que harian. No tuvieron necesidad de preguntar; su fracaso se hizo patente antes de que entrara en la habitacion, por la forma en que sus pasos se arrastraron hasta la puerta.
La madre Clothilde se santiguo, y el no tuvo coraje para reprenderla.
Habia llegado hacia unas horas y encontrado un gran revuelo en el hospital. Una de las criadas, una mujer corta de entendederas llamada Bette Roussel que trabajaba en la lavanderia, habia asistido a las ejecuciones del dia anterior. Entre los destinados a la guillotina habia un cura; cuando la cabeza de este cayo, la sangre broto a borbotones y salpico el suelo. Mas tarde, cuando el espectaculo hubo terminado, vieron furtivamente a Bette recogiendo la gravilla manchada de sangre. La habian arrestado en el acto acusada de conspiracion.
Tan pronto Joseph se entero de lo ocurrido, fue a ver a Ricard.
Encima del escritorio de Ducroix, en un vaso, habia tres rosas de color rosa emborronado de rojo. Joseph se apoyo contra la pared junto a la puerta.
– He hecho la ronda por ti -dijo Ducroix-. El viejo del bocio ha muerto.
– Bette apenas es capaz de distinguir una funda de almohada de un mantel. El abbe Maury era su confesor, asistio a su padre en su lecho de muerte. ?Como va a comprender por que la Revolucion ha creido pertinente ejecutarlo? ?Se ha llegado al punto en que la gente ya no distingue la simpleza de la sedicion?
Con los labios apretados, la madre Clothilde salio de la habitacion recogiendose la falda como si Joseph fuera un charco de algo desagradable en el suelo.
– Le he dicho todo eso y mas -dijo el a Ducroix-. Ricard me ha enviado a Chalabre, quien me ha dicho que no podia hacer una excepcion por mi. ?Que pensaria la gente si el Comite Central se ponia por encima de la ley?
Despues de que Ducroix se hubo marchado, se quedo sentado ante su escritorio mientras la luz se desplazaba por las paredes. Las ultimas horas de la tarde siempre le resultaban insoportables, independientemente de lo que hubiera traido el dia, cercandolo como una enfermedad incipiente.
En el jardin, los pajaros llamaban. Penso en las manos rojas y mojadas de Bette, tan parecidas a las de su madre. Penso en Luzac, declarando energicamente que era inocente hasta el final, diciendo a la multitud que habia sacrificado de buen grado un brazo por la Revolucion, sin comprender que solo iban a contentarse con su cabeza.
Por hacer algo, abrio el registro central y empezo a leer. Las afecciones de piel estaban, como siempre, bien representadas: tina (7 casos), sarna (4), abscesos malignos (11), llagas ulceradas (22), escorbuto (9), erisipela (34). 3 casos de paralisis, 44 de dolor de garganta, una inflamacion de testiculos. Varios catarros. Las habituales enfermedades pulmonares, incluidos 9 casos de tisis. Vomitos con y sin dolores de estomago. Malestar al orinar. Disenteria. Reumatismos (28 casos). Fiebres: continua, intermitente, exantematica, baja. Hernia, hidropesia, insolacion.