Capitulo VIII
Al entrar en la residencia, Viernes se dio cuenta en seguida de que la clepsidra se habia detenido. Quedaba agua en la bombona de vidrio, pero el orificio habia sido obstruido por un tapon de madera y el nivel se habia estabilizado a la altura de las tres de la manana. No se sorprendio en modo alguno ante la desaparicion de Robinson. En su espiritu, la detencion de la clepsidra indicaba con toda naturalidad que el Gobernador estaba ausente. Acostumbrado a tomar las cosas tal y como se presentaban, no se pregunto ni donde estaba Robinson ni cuando volveria, ni siquiera si todavia seguia vivo. Tampoco tuvo la idea de ir en su busqueda. Estaba totalmente absorbido en la contemplacion de las cosas, a pesar de serle familiares, que le rodeaban, pero a las que la detencion de la clepsidra y la ausencia de Robinson conferian un aspecto nuevo. Era dueno de si, dueno de la isla. Como para confirmarle en esa dignidad de la que se sentia revestido, Tenn se alzo perezosamente sobre sus patas, se coloco ante el y alzo hacia su rostro su mirada avellana. Ya no era muy joven, el pobre Tenn, y su lomo redondo como un tonel, sus patas demasiado cortas, sus ojos lacrimosos y su pelo lanoso y deslucido delataban los estragos de la edad al termino de una vida de perro colmada. Pero tambien el experimentaba la novedad de la situacion y esperaba que su amigo tomase una decision.
?Que hacer? No podia plantearse terminar el riego de las acederas y de los nabos que se hacia necesario dada la sequia, ni proseguir la construccion de un mirador de observacion en la cima del cedro gigante de la gruta. Esos trabajos dependian de un orden suspendido hasta el regreso de Robinson. La mirada de Viernes se poso sobre un cofre cuidadosamente cerrado, pero sin cerrojo, y cuyo contenido habia podido examinar un dia en que se hallaba colocado sobre la mesa de la residencia. Lo arrastro por las baldosas y, poniendolo sobre su lado mas pequeno, se arrodillo y lo hizo deslizarse sobre sus hombros. Despues salio, seguido de cerca por Tenn.
Al noroeste de la isla, en el lugar en donde la pradera se perdia en las arenas que anunciaban las dunas, se alzaban las extranas siluetas, vagamente humanas, del jardin de cactus que habia establecido Robinson. Es verdad que habia sentido escrupulos al dedicar el tiempo a un cultivo tan gratuito, pero aquellas plantas no exigian ningun cuidado y solo habia costado el esfuerzo de trasplantar a un terreno particularmente favorable los ejemplares mas interesantes, que habia ido descubriendo de forma esporadica en toda la isla. Era un homenaje a la memoria de su padre, cuya unica pasion -aparte de su mujer y de sus hijos- era el pequeno jardin tropical que mantenia en la rotonda acristalada de la casa. Robinson habia escrito en unas tablitas de madera, clavadas sobre estacas hundidas en tierra, los nombres latinos de todos aquellos ejemplares que le habian vuelto a la cabeza al mismo tiempo por uno de esos caprichos imprevisibles de la memoria.
Viernes lanzo al suelo el cofre que le habia martirizado la espalda. Las correas de la tapa saltaron y un suntuoso desorden de tejidos preciosos y de joyas se extendio al pie de los cactus. Iba por fin a poder utilizar a su capricho aquellas ropas que le fascinaban por su brillo, pero que no eran utilizadas por Robinson mas que como un instrumento de tortura y de ceremonia. Porque no se trataba de el mismo -un vestido, fuera cual fuera, no hacia mas que dificultar sus movimientos-, sino precisamente de aquellos extranos vegetales cuya carne verde, exorbitante, ampulosa, provocativa, parecia mas adecuada que ningun cuerpo humano para hacer resaltar la belleza de aquellos tejidos.
Los coloco primero sobre la arena con gestos delicados para abarcar con una sola mirada su riqueza y su numero. Agrupo tambien ante si unas piedras planas sobre las que dispuso las alhajas, como en el escaparate de una joyeria. Luego dio vueltas durante mucho rato en torno a los cactus mientras media con la mirada su silueta y comprobaba con el dedo su consistencia. Era una extrana sociedad de maniquies vegetales compuestos de candelabros, bolas, raquetas, miembros retorcidos, colas velludas, cabezas rizadas, estrellas puntiagudas, manos con mil dedos venenosos. Su carne era tanto una pulpa blanda y acuosa, como un caucho coriaceo o incluso mucosas verdosas que desprendian bocanadas de olores a carne podrida. Por ultimo fue a buscar una capa negra de muare y visito con un solo movimiento las espaldas macizas del Cereus pruinosus. Luego cubrio con coquetones volantes las nalgas tumefactas de la Crassula falcata . Un encaje etereo le sirvio para enguirnaldar el falo espinoso del Stapelia variegata , mientras que enfundaba mitones de batista en los diminutos dedos velludos de la Crassula lycopodiodes . Un birrete de brocado venia que ni pintado para cubrir la cabeza lanosa del Cephalocereus senilis . Trabajo asi durante mucho tiempo, completamente absorbido por sus descubrimientos, vistiendo, adaptando, retrocediendo un poco para juzgar mejor, desvistiendo, de pronto, a uno de los cactus para vestir a continuacion a otro. Por fin remato su obra distribuyendo con el mismo discernimiento brazaletes, collares, penachos, pendientes, herretes, cruces y diademas. Pero no se demoro para contemplar el cortejo alucinante de prelados, grandes damas y monstruos opulentos que acababa de hacer surgir en medio de la arena. Ya no tenia nada que hacer alli y se alejo con Tenn pegado a sus talones.
Atraveso la zona de las dunas, divirtiendose con el rumor sonoro que despertaban sus pasos. Se detuvo y se volvio hacia Tenn mientras imitaba con la boca cerrada aquel grunido, pero ese juego no divertia al perro, que avanzaba penosamente dando bandazos en el suelo movedizo, y su espinazo se erizaba con hostilidad cuando el rumor aumentaba. Por fin el suelo se hizo firme y desembocaron en la playa extensa y humeda por la bajamar. Viernes erguido, arqueado el pecho en la luz gloriosa de la manana, caminaba feliz sobre la arena inmensa e impecable. Estaba ebrio de juventud y de disponibilidad en aquel medio sin limites, donde todos los movimientos eran posibles, donde nada detenia la mirada. Recogio un guijarro oval y lo mantuvo en equilibrio en la palma de su mano abierta. Preferia a las alhajas que habia abandonado sobre los cactus, aquella piedra tosca pero precisa, en la que se mezclaban los cristales de feldespato rosa con una masa de cuarzo vidriado, salpicado de mica. La curva del guijarro tocaba en un solo punto a la de su palma negra y formaba con ella una figura geometrica simple y pura. Una ola se expandio con rapidez sobre el espejo de arena mojada constelada de pequenas medusas y rodeo sus tobillos. Dejo caer el guijarro oval y recogio otro, plano y circular, pequeno disco opalescente manchado de malva. Lo hizo saltar en su mano. ?Si pudiera volar! ?Transformarse en mariposa! Hacer volar a una piedra era un sueno que fascinaba al alma eterea de Viernes. La lanzo a la superficie del agua. El disco reboto siete veces en el mantel liquido antes de hundirse sin salpicar. Pero Tenn, acostumbrado a este juego, se habia lanzado a las olas y, chapoteando con sus cuatro patas, la cabeza dirigida hacia el horizonte, nado hasta el lugar en que se habia sumergido el guijarro, buceo y regreso, impulsado por el empuje de las olas, a depositarlo a los pies de Viernes.
Caminaron durante largo rato hacia el este; luego, cuando hubieron rodeado las dunas, hacia el sur. Viernes recogia y lanzaba estrellas de mar, tronces, conchas, huesos de jibia, cabelleras de algas que se convertian inmediatamente para Tenn en otras tantas presas vivas, deseables y fugitivas y a las que perseguia ladrando. De este modo llegaron al arrozal.
El embalse estaba seco y el nivel de la laguna sembrada descendia de dia en dia. Sin embargo, era necesario que se mantuviera inundada por lo menos durante un mes para que las espigas pudieran madurar y Robinson volvia preocupado despues de cada una de sus visitas de inspeccion.
Viernes mantenia en la mano el guijarro malva. Lo lanzo al arrozal y conto sus rebotes en el agua muerta, serpenteada por reflejos amarillentos. El disco de piedra desaparecio tras nueve rebotes, pero ya Tenn saltaba desde el dique en su busqueda. Su impulso le llevo a una distancia de unos veinte metros, pero alli se detuvo. El agua resultaba demasiado poco profunda para que pudiera nadar y chapoteaba en el fango. Se dio media vuelta y se dispuso a regresar hacia donde estaba Viernes. Un primer esfuerzo le libero del agobio del fango, pero volvio a caer, esta vez mas pesadamente, y sus esfuerzos se hicieron desordenados. Iba a morir si no era socorrido. Viernes vacilo un instante, asomado a aquella agua traidora e impura. Luego cambio de idea y corrio a donde se hallaba la compuerta de desague. Paso una estaca por el primer agujero de la compuerta e hizo palanca con todas sus fuerzas, apoyandose en los batientes. La tabla comenzo a subir rechinando en sus vias. Al instante el tapiz fangoso que cubria el arrozal se desplazo y comenzo a reabsorberse en el canal de desague, comprimiendose. Algunos minutos mas tarde Tenn alcanzo a fuerza de arrastrarse la base del dique. No era mas que un bloque de barro, pero estaba a salvo.
Viernes le dejo limpiandose y se dirigio bailando hacia el bosque. La idea de que la cosecha de arroz se habia perdido ni siquiera le habia rozado.
Para Viernes, la detencion de la clepsidra y la ausencia de Robinson no habian significado mas que un solo y unico acontecimiento: la suspension de un determinado orden. Para Robinson, la desaparicion de Viernes, los cactus adornados y la sequia del arrozal representaban unicamente la fragilidad y tal vez el fracaso de la domesticacion del araucano. Por otra parte, era raro que cuando actuaba por si mismo hallase la aprobacion de Robinson. Era preciso que, o bien no hiciera nada en absoluto, o que actuara con toda exactitud de acuerdo con sus instrucciones para no incurrir en sus reproches. Robinson tenia que confesarse que Viernes, bajo su docilidad forzada, guardaba una personalidad y que todo lo que de ella emanaba le chocaba profundamente y parecia afectar a la integridad de la isla administrada.
Decidio en un primer momento prescindir de la desaparicion de su companero. Al cabo de dos dias, se dejo llevar por una compleja inquietud en la que se mezclaban vagos remordimientos, la curiosidad y tambien la piedad que le inspiraba el visible desconsuelo de Tenn y entonces se lanzo en su busqueda. Durante toda una manana recorrio con Tenn, de un lado a otro, el bosque donde se habia perdido el rastro del araucano. Aqui y alla encontraron signos de su paso. Robinson tuvo incluso que rendirse a la evidencia: a escondidas, Viernes se habia establecido en aquella parte de la isla y llevaba alli una vida al margen del orden, entregandose a misteriosos juegos, el sentido de los cuales se le escapaba. Mascaras de madera, una cerbatana, una hamaca de lianas en la que descansaba un maniqui de rafia, tocados de plumas, pieles de reptil, cadaveres de pajaros disecados eran indicios de un universo secreto, del que Robinson no tenia la clave. Pero su sorpresa llego a su colmo cuando vino a parar al borde de una charca bordeada por arbolitos bastante parecidos a sauces. En efecto, aquellos arbustos habian sido visiblemente arrancados de raiz y plantados de nuevo boca abajo , con las ramas hundidas en la tierra y las raices mirando al cielo. Y lo que terminaba por dar un aspecto fantastico a aquella monstruosa plantacion era que todas ellas parecian haberse acomodado a aquel barbaro tratamiento. Brotes verdes e incluso manojos de hojitas aparecian en la punta de las raices, lo que daba a entender que las hojas enterradas habian sabido metamorfosearse a su vez en raices y que la savia habia invertido el sentido de su circulacion. Robinson no podia desprenderse del examen de aquel fenomeno. Que Viernes hubiera tenido aquel capricho y lo hubiera ejecutado era ya de por si bastante inquietante. Pero los arbustos habian aceptado aquel tratamiento; Speranza, aparentemente, habia dado su consentimiento a aquella extravagancia. Por esa vez, al menos, la barroca inspiracion del araucano habia tenido un resultado que, por muy tonto que fuera, implicaba un cierto aspecto positivo y no habia concluido en una pura destruccion. ?Robinson no dejaba de meditar sobre este descubrimiento! Volvia sobre sus pasos cuando Tenn se detuvo bruscamente ante un macizo de magnolias cubierto de hiedras; luego comenzo a avanzar con lentitud con el cuello tenso, colocando sus patas con mucha precaucion. Por ultimo quedo inmovil con el hocico en uno de los troncos. Entonces el tronco se movio y estallo la risa de Viernes. El araucano habia disimulado su cabeza bajo un casquete de flores. Sobre su cuerpo desnudo habia dibujado con jugo de genipapo hojas de hiedra cuyas ramas ascendian a lo largo de sus caderas y se enredaban en torno a su torso. Asi metamorfoseado en hombre-planta, sacudido por una risa demencial, envolvio a Robinson en una coreografia desenfrenada. Luego se dirigio hacia la orilla para lavarse entre las olas y Robinson, pensativo y silencioso, le contemplo sumergirse sin dejar de bailar a la sombra verde de los manglares.