Capitulo III

Robinson dedico las semanas siguientes a la exploracion metodica de la isla y a efectuar un censo de sus recursos. Puso nombre a los vegetales comestibles, a los animales que podian serle de alguna ayuda, a los manantiales, a los refugios naturales. Por suerte, los restos del Virginia no habian sucumbido completamente a la violenta intemperie de los meses precedentes, aunque trozos enteros del casco y del puente habian desaparecido. El cuerpo del capitan y el del marinero habian sido tambien arrastrados -cosa de la que se felicito Robinson, no sin experimentar al mismo tiempo vivos remordimientos de conciencia. Les habia prometido una tumba y se hallaba en paz para preparar un cenotafio-. Establecio su deposito general en la gruta que se abria en el macizo rocoso del centro de la isla. Transporto hasta alli todo lo que pudo arrancar de los restos del barco naufragado y no desprecio ninguna cosa que pudiera ser transportable, porque hasta los objetos menos utilizables guardaban ante sus ojos el valor de reliquias de la comunidad humana de la que habia sido exiliado. Tras haber colocado los cuarenta barriles de polvora negra en lo mas profundo de la gruta, coloco alli tres cofres con vestidos, cinco sacos de cereales, dos cestos de vajilla y cuberteria, varios cuencos con objetos de todo tipo -bujias, espuelas, joyas, lentes, gafas, cortaplumas, cartas marinas, espejos, dados, bastones, etc.-, diversos recipientes para liquidos, un arcon con aparejos -maromas, poleas, fanales, pasadores, sedales, flotadores, etc.- y, por ultimo, un cofre con piezas de oro y monedas de plata y cobre. Los libros que encontro esparcidos por los camarotes habian sido hasta tal punto estropeados por el agua del mar y las lluvias que el texto impreso se habia borrado; pero se dio cuenta de que si dejaba secar aquellas paginas blancas al sol, podria utilizarlas para escribir su diario, si encontraba ademas un liquido que pudiera servirle de tinta. Ese liquido le fue proporcionado casualmente por un pez que pululaba entonces en la orilla del acantilado de levante. El pez globo, temido por su mandibula potente y dentellada y por los dardos urticantes que erizan su cuerpo en caso de alerta, tiene la curiosa facultad de hincharse a voluntad con aire y agua hasta hacerse redondo como una bola. El aire que absorbe se acumula en su vientre y entonces nada de espaldas sin que, por otra parte, parezca hallarse incomodo en esa sorprendente postura. Removiendo con un baston sobre uno de esos peces arrojados a la arena, Robinson pudo observar que todo lo que entraba en contacto con su vientre fofo o distendido tomaba un color rojo carmin extraordinariamente persistente. Despues de haber pescado una gran cantidad de aquellos peces, cuya carne, delicada y firme como la del pollo, saboreaba, exprimio en un pano la materia fibrosa que segregaban los poros de su vientre y recogio de este modo un tinte de olor fetido, pero de un rojo admirable. Se dedico entonces a tallar convenientemente una pluma de buitre y creyo llorar de alegria al trazar sus primeras palabras sobre una hoja de papel. Le parecia de pronto que medio se habia arrancado del abismo de bestialidad en que habia caido y le parecia tambien que volvia a entrar en el mundo del espiritu mediante este acto sagrado: escribir. Desde entonces abrio casi a diario su log-book para consignar en el no los acontecimientos pequenos o grandes de su vida material -no habia motivo para tomarlos en cuenta-, sino sus meditaciones, la evolucion de su vida interior o incluso los recuerdos que volvian de su pasado y las reflexiones que aquellos le inspiraban.

Una era nueva comenzaba para el -o mas exactamente, comenzaba su verdadera vida en la isla despues de la etapa de debilidad que ahora le producia verguenza y se esforzaba por olvidar-. Por eso, cuando se decidio al fin a inaugurar un calendario, le importaba poco que le resultara imposible evaluar el tiempo que habia transcurrido desde el naufragio del Virginia . El naufragio habia tenido lugar el dia 30 de septiembre de 1759 hacia las dos de la madrugada. Entre aquella fecha y el primer dia en que el marco una muesca en un poste de pino seco se inscribia una duracion indeterminada, indefinible, llena de tinieblas y de lagrimas, de tal modo que Robinson se hallaba apartado del calendario de los hombres como estaba separado de ellos por las aguas y reducido a vivir en un islote de tiempo, como en una isla en medio del espacio.

Dedico varios dias a trazar un mapa de la isla que fue completando y enriqueciendo despues, como resultado y a medida de sus exploraciones. Se dedico al fin a rebautizar a aquella tierra a la que el primer dia habia enturbiado con aquel nombre duro como el oprobio: «isla de la Desolacion». Al leer la Biblia se habia sorprendido ante la admirable paradoja segun la cual para la religion es la desesperacion el peor de los pecados, mientras que la esperanza es una de las tres virtudes teologales, y por ello tomo la decision de que la isla se llamaria a partir de aquel instante Speranza , nombre melodioso y alegre que ademas evocaba el recuerdo muy mundano de una ardiente italiana a la que habia conocido antano cuando era estudiante en la Universidad de York. La sencillez y profundidad de su devocion se adaptaba a aquellas asociaciones que un espiritu mas superficial habria considerado blasfemas. Por otra parte tenia la sensacion, cuando miraba de un determinado modo el mapa de la isla, que habia dibujado aproximadamente, de que podia representar el perfil de un cuerpo femenino sin cabeza; una mujer, si, sentada, con las piernas dobladas bajo su propio cuerpo, en una actitud en la que resultaba dificil separar lo que habia de sumision, de miedo o de simple abandono. Le vino esta idea y luego le abandono. Volveria sobre ella.

El examen de los sacos de arroz, trigo, cebada y maiz que habia salvado del Virginia le causo una pesada decepcion. Los ratones y los gorgojos habian devorado una parte de la que no quedaba mas que una masa mezclada con excrementos. La otra parte habia sido estropeada por el agua de la lluvia y del mar y atacada por el moho. Una limpia exhaustiva, realizada grano a grano, le permitio salvar, ademas del arroz -intacto pero imposible de cultivar- diez galones de trigo, seis galones de cebada y cuatro galones de maiz. Se prohibio a si mismo consumir la menor porcion del trigo. Queria sembrarlo, porque concedia un valor infinito al pan, simbolo de vida, unico alimento citado en el Pater , como se lo concedia a todo aquello que podia aun vincularle con la comunidad humana. Le parecia, ademas, que aquel pan que le daria la tierra de Speranza seria la prueba tangible de que ella le habia adoptado, como el a su vez habia adoptado a aquella isla sin nombre a donde le arrojo el azar.

Quemo algunos acres de pradera en la costa oriental de la isla un dia en que el viento soplaba del oeste, y comenzo a trabajar la tierra y a sembrar sus tres cereales con la ayuda de una azada que habia fabricado con una chapa de hierro, sacada del Virginia , en la que habia conseguido perforar un agujero lo suficientemente ancho como para introducir un mango. Se prometio dar a aquella primera siembra el sentido de un juicio efectuado por la naturaleza -es decir, por Dios- sobre el trabajo de sus manos.

Los mas utiles entre los animales de la isla serian seguramente las cabras y los carneros, que eran muy numerosos, siempre que lograra domesticarlos. Pero aunque las cabras permitian que se les aproximara bastante, se defendian, en cambio, con bravura desde el momento en que pretendia echarles mano para intentar ordenarlas. Construyo, por tanto, un cercado, atando horizontalmente unas largas varas sobre unas estacas de madera a las que cubrio despues con lianas entrelazadas. Alli encerro a los cabritos mas jovenes, que atrajeron a sus madres con sus gritos. Robinson libero entonces a los pequenos y aguardo varios dias hasta que el peso de las ubres de las cabras las hiciera sufrir de tal modo que se prestasen de buena gana a ser ordenadas. De este modo habia creado un comienzo de explotacion ganadera en la isla, tras haber sembrado su tierra. Lo mismo que la humanidad en sus primeros pasos habia pasado del estadio de la recogida y de la caza al de la agricultura y la ganaderia.

Pero todavia faltaba para que la isla le pareciera como una tierra salvaje a la que el habia sabido dominar y luego domar para convertirla en un medio completamente humano. No habia dia en que un incidente sorprendente o siniestro no reviviera la angustia que habia nacido en el desde el instante en que, al comprender que era el unico superviviente del naufragio, se sintio huerfano de la humanidad. El sentimiento de su desamparo, moderado ante el espectaculo de sus campos trabajados, de su cercado para las cabras, del hermoso orden de su almacen, del fiero aspecto de su arsenal, estallo en su pecho el dia en que sorprendio a un vampiro aferrado al lomo de uno de los cabritos, dispuesto a vaciar su sangre. Las dos alas ganchudas y desgarradas del monstruo cubrian como si fuera un manto de muerte al animalito que temblaba de debilidad. En otra ocasion, mientras recogia caracolas en rocas medio sumergidas, recibio un chorro de agua en plena cara. Un poco aturdido por el impacto, dio algunos pasos, pero fue detenido por un segundo chorro que le alcanzo derecho en pleno rostro con una diabolica precision. Inmediatamente sintio en el estomago la antigua punzada de la angustia tan conocida y tan temida. Se relajo solo a medias cuando descubrio en un entrante de la roca un pulpo de pequeno tamano y de color gris que tenia la sorprendente facultad de enviar el agua gracias a una especie de sifon, cuyo angulo de tiro podia variar a voluntad.

Habia terminado por resignarse a la vigilancia implacable a la que le sometia su «consejo de administracion», como continuaba llamando al grupo de buitres que parecia haberse pegado a su persona. Fuera donde fuera, hiciera lo que hiciese, estaban alli, gibosos, pestiferos y pelados, aguardando -no, desde luego, su propia muerte, como el pensaba en sus momentos de depresion-, sino todos los restos comestibles que el sembraba en su jornada. Sin embargo, mal que bien, se habia acostumbrado a su presencia, pero en cambio sufria con mas dificultad el espectaculo de sus costumbres crueles y repelentes. Sus amores de viejos lujuriosos insultaban a su castidad forzada. Una tristeza indignada embargaba su corazon cuando veia al macho, tras unos saltitos grotescos, patear pesadamente a la hembra para luego clavar su pico torcido sobre la nuca calva de su pareja, mientras las plumas de su cola se acoplaban en un obsceno abrazo. Un dia observo que un buitre mas pequeno y sin duda mas joven era perseguido y maltratado por otros. Le fustigaban a picotazos, a aletazos, a dentelladas y finalmente le arrinconaron contra una roca. De pronto aquellas novatadas cesaron, como si la victima hubiera implorado clemencia o hubiera hecho saber que se rendia a las exigencias de sus perseguidores. Entonces el pequeno buitre extendio el cuello con rapidez hacia el suelo, dio tres pasos mecanicos y luego se detuvo, convulso por los espasmos, y vomito sobre los guijarros un revoltijo de carnes descompuestas y a medio digerir; festin solitario, sin duda, que sus congeneres habian sorprendido para su desgracia. Se arrojaron sobre aquellas inmundicias y las devoraron atropellandose unos a otros.